Empezamos con "Arco Iris", el cuento de Vivian Schul, peruana de origen, doctora y magnífica escritora, que describe con reminiscencia cinematográfica -casi lo podemos ver- una de las muchas paradojas de este país Israel, con sus contradicciones y mandatos, su democracia a rajatabla y el peso-yunque de sus ancestros. No cualquiera puede escribir un cuento como éste: hace falta habilidad, encanto, mucho conocimiento y una mirada social profunda. Ya leerán de qué hablo...
Y para comenzar el fin de semana con la música del género de los poetas, el blog se ilumina con el poema de Sabina Duque Aristizábal, oriunda de Colombia y atravesada por el encanto de estas tierras, que leyó entre nosotros "Casi en Secreto", un trabajo que luego atravesó las latitudes y recibió un Premio Internacional. Bravo, Sabina!
Disfruten ambas lecturas y -como siempre- nos ayudará muchísimo si hacen click al pie, en la palabra Comentarios y nos dejan vuestra opinión que enriquece el blog.
ARCO
IRIS
Por Vivian Schul
Ese 25 de Yar del año
5776, Eliezer Bauer -bisnieto del gran rabino Naftali Bauer de Radoshitz-
despertó con un fuerte dolor de cabeza. A pesar del malestar, al abrir los ojos
murmuró las mismas frases que venía repitiendo cada mañana desde su niñez, agradeciéndole
al Todo Poderoso la devolución de su alma. Al divisar la cama vacía y bien
tendida de su esposa entendió la causa de su ausencia y el martilleo de sus
sienes empeoró. Ambos lechos, de una plaza cada uno, estaban separados por un
metro de distancia pues durante los días o semanas de la impureza femenina, sus
pieles no debían rozarse. Luego de las abluciones y del rezo matutino, dio un
beso en la frente a cada uno de sus cinco hijos, se puso el sombrero negro con
reborde de piel y salió.
Eran las siete de la
mañana y la avenida Rothschild del centro de Tel Aviv estaba vacía. No por ello
ralentizó su caminar ni dejó de mirar el piso. Esa caminata rápida, casi etérea
y como dando saltitos era la misma de su padre, quien a su vez la había
aprendido del abuelo y aquel del tatarabuelo y les impedía perder el tiempo o
desviar la mente en asuntos profanos.
Mientras se dirigía a la
casa de estudios de la calle Bograshov, recordaba los razonamientos que había
sostenido el día anterior con su alumno a propósito de la página talmúdica diaria.
Ese Shlomo Ben Zacharias era un muchacho agudo y apasionado y ambos se habían
entusiasmado tanto con la discusión, las sutilezas de los argumentos y las contradicciones, que no se habían dado cuenta que eran las tres de la madrugada cuando
abandonaron el aula. ¿Un ladrón que robaba en plena luz del día era menos
culpable que aquel que lo hacía resguardado por la oscuridad de la noche? ¿Por
qué cuando diez sabios decretaban idéntica sentencia ésta no era válida, mientras
que si eran nueve a decidir lo mismo y uno solo lo contrario la decisión era adoptada?
Divagaba por los vericuetos de las posibles interpretaciones del texto, cuando
recordó que Ben Zacharias, cuando se despedían, había mencionado como al pasar,
que ese viernes nadie iría a estudiar.
Se sorprendió al abrir
la puerta de la Yeshiva y descubrir que la sala estaba vacía. Además, la
señora Finkel aún no había cumplido con el aseo y los ceniceros estaban llenos
de colillas, las sillas en desorden y los vasos de plástico con sarro de café o
fondos de té desperdigados sobre las mesas.
Se quitó el sombrero, se
puso el chal blanco con rayas celestes y cogió un volumen del Talmud de
Babilonia abriéndolo en la misma página del día anterior. Dos horas más tarde,
se hallaba tan enfrascado en los comentarios de Rashi que no oyó a la señora Finkel
entrar y murmurar:
-Disculpe mi
honorable, pensaba que hoy día no vendría nadie y por ello me permití llegar a
las nueve. Cuando a las once de la mañana la señora Finkel permaneció de pie
inmóvil frente a su mesa, el estudioso entendió
que deseaba hablarle. Como sin duda se trataba de un asunto profano cerró el
libro sagrado, no sin antes poner entre las dos páginas la punta de su chal,
para indicarle a su interlocutor que solo interrumpía la lectura por unos instantes.
-Respetado Rav,
debería empezar a irse- le advirtió la señora Finkel.
El estudioso asintió
con la cabeza y volvió a abrir el libro, no sin antes pensar irritado que los
tiempos habían cambiado mucho y para mal. “Hace tan solo un siglo, en
Radoshitz… ¿qué mujer se hubiese atrevido a interrumpir la lectura de mi
abuelo, el sabio Naftali Bauer, con sus cacareos?”
A mediodía decidió volver
a casa para ayudar a su esposa e hijos con las preparaciones para el Shabat
. Quizás incluso le quedaría tiempo para ir al baño ritual a purificarse antes
de la entrada del santo día.
Solo entonces oyó la
música, los gritos y la algarabía que a pesar de los vidrios dobles y las
persianas cerradas irrumpían en la sala de estudio. Al pisar la vereda de la
calle Bograshov se halló sumergido en una ola de gentes que por ambas aceras y
en medio de la pista avanzaba en dirección contraria a la suya, descendiendo hacia
el mar. Instintivamente, quizás por el recuerdo atávico de los numerosos
pogromos sufridos en la lejana Bukovina por sus antepasados, el religioso quiso
darse la vuelta para albergarse en la sala de estudios, pero un grupo de
vociferantes que blandía banderas multicolores se interpuso entre su persona y
la puerta salvadora. Decidió armarse de valor y subir la calle a
contracorriente, con la cabeza gacha y el cuerpo encogido, oponiéndose al flujo
de la Marcha del Orgullo, ese caluroso mes de Junio del año 2016. Los seres entre los cuales trataba de
escurrirse gritaban, cantaban y saltaban al ritmo de desacordes estridentes y
carentes de armonía expulsados por los altoparlantes de las veredas. “Dios, sálvame”
pensó y como respuesta, recibió un chorro de agua fría que le hizo levantar la
cabeza. Descubrió, colgados de los postes de electricidad y de los balcones, una
infinidad de estandartes con los colores del arco iris y sobresaliendo de un
techo, localizó la insolente manguera que lo acababa de empapar. Para sorpresa
suya, los impíos que lo rodeaban gritaban pidiendo más agua y celebraban con
risas estruendosas las gotas que caían, torciéndose con muestras bestiales de placer, nada
dignas para quien debería representar la
imagen del Creador sobre la tierra.
Por más que subía la
calle bajando la cabeza, Eliezer no pudo impedir ver las filas de ombligos que descendían,
imberbes y tersos unos, hundidos entre vellos y músculos abdominales otros, o
perforados por decadentes aros; no pudo evitar la vista de muslos al
descubierto, de pantalones tan cortos y ajustados que más parecían ropa
interior de mujer. Todo ello era demasiado para este hombre piadoso que apenas
pudo estirar un brazo se sacó el sombrero para ponérselo frente a la cara. Mientras
se sacaba el tocado en medio al caos y al apretujo, un codo descuidado se lo
arrancó y lo hizo rodar entre los pies de la multitud haciéndolo llegar media
cuadra más abajo. Era un sombrero caro, confeccionado por hábiles artesanos e
importado de Inglaterra. Eliezer, con sus modestos recursos, no podía permitirse
adquirir uno nuevo, de modo que se volteó para ir cuesta abajo en su búsqueda. Lo
que antes fueran vientres se transformó en espaldas. Hombros fornidos de animal primitivo, músculos
deltoides hipertrofiados, cinturas finas. Una visión le cortó a Eliezer la
respiración. Frente a él un par de nalgas recias y varoniles se balanceaban
mientras que una cinta violeta se hundía dentro de la quebrada transformando
esas dos naturales protuberancias en satánica insinuación.
Eliezer Bauer llegó a
casa tarde y temblando. Sin saludar a
nadie, se refugió dentro de su habitación. Deseaba estar a solas para intentar
reponerse con la ayuda de la oración. Al descubrir que las dos camas
matrimoniales estaban unidas y cubiertas con la misma sábana y frazada,
entendió que el período impuro de su esposa había concluido y que esa mañana
ella, luego de revisar tres veces que el paño de su entrepierna no mostraba
ningún trazo de sangre, se había sumergido entera en las aguas del baño ritual.
La visión de los lechos unidos solo aumentó su desasosiego. Tampoco se calmó al
ver sobre el comedor el mantel blanco inmaculado del Shabat, ni al presenciar
la serenidad y delicadeza con la cual su hija mayor disponía sobre la mesa la
porcelana con ribete dorado que usaban los viernes para servir las carnes. Tan
alterado estaba que casi olvidó cumplir con las tareas de preparación del
sábado que le incumbían solo a él, como inmovilizar el botón del foco del refrigerador
para que al abrirlo no se encendiese y apagase la luz, o cambiar el jabón sólido
de los lavatorios por una botella de jabón líquido. Si el Todo Poderoso, bendito
sea su nombre, había descansado el séptimo
día, el hombre no podía permitirse modificar con sus manos las características
de la Creación cambiando la forma de un sólido o generando y extinguiendo una
chispa.
Su inquietud, halló un
asomo de descanso cuando empezó a discurrir sobre la justeza del uso del jabón
líquido. Según los jasídicos de Lvov, el mismo sabio allá en Ucrania les permitía a los niños durante los sábados trazar
líneas sobre un vidrio empañado en vapor, pues ese dibujo, (así como la
deformación de una barra de jabón, pensó Eliezer) era pasajero, no se imprimía
de modo definitivo en la creación y por lo tanto no interrumpía la armonía del
universo en el séptimo día.
La agitación lo volvió
a invadir en la sinagoga, al entonar la canción de bienvenida al sábado, descrita
en ese texto como la novia que llega para reunirse con su amado. Sin poder
evitarlo Eliezer volvió a ver todas esas carnes expuestas al aire libre y sintió
un escalofrío.
Esa noche, luego de la
cena, a pesar de la pureza de su esposa y de la santidad del día, no logró honrar
el sagrado mandamiento que El Primero en Hablar, bendito sea su nombre, había
ordenado en sus libros. Le dio a su esposa la espalda y tardó en quedarse
dormido. Su sueño fue agitado, lleno de visiones y situaciones absurdas. Se vio
a él mismo rodeado por los alumnos de la Yeshiva saltando y cantando al
ritmo de tonadas jasídicas, hasta que con una mano se desabotonó la camisa y
con la otra descolgó de una de las terrazas una bandera multicolor para
blandirla al viento. Lo peor de ese sueño era que se sentía feliz, realizado,
en paz consigo mismo. Estaba invadido por un tipo de felicidad que solo había
sentido durante esas noches cuando en la sala de estudios, le parecía hundirse
a través de las letras sagradas en los secretos de la creación y hasta fusionar
con el Altísimo.
Despertó cubierto de
sudor y descubrió a su esposa al lado suyo. Esta lo miraba con una sonrisa a la vez suplicante y
comprensiva, deseosa pero también discreta y púdica. La dulzura de sus labios
embellecía aun más sus delicados rasgos. A pesar de ello Eliezer no pudo evitar
suspirar a la vez que pensó "La vida no es como uno
quiere". Inmediatamente
sintió un profundo remordimiento y le pidió perdón a Dios.
En ese instante, la
visión fugaz de un hilo violeta cruzó su
mente y le permitió cumplir con el
mandamiento bíblico de Pru ve Urvu, “Creced y multiplicaos”.
Mientras abrazaba a su
mujer, Eliezer se sintió invadido por una profunda ternura y el siguiente
pensamiento le llegó como un consuelo: “Ella es la mujer que amo. A su lado
deseo envejecer y seguir alabando a Nuestro Señor”.
CASI EN
SECRETO
por Sabina Duque Aristizábal
Poema
ganador: Primera Mención Internacional - Israel.
XIX
Certamen Internacional de Poesía y Cuento - Buenos Aires Argentina Año 2016. Bajo el seudónimo: Madrigal.
Dedico esta Mención al Gran Hacedor.
A mis seres amados, a mi Colombia que me vio nacer y a Israel por enjugar mis
lágrimas mientras paría el poema. Gracias, Grupo de Escritores Argentinos.
Sin licencia
Sin planos
Sin plomada
Intento construir una ciudad con alas.
El temporal destruyó las primeras cabañas
Sobrevivieron algunos muros
Pocos edificios han conocido la pátina del tiempo
Todo lo que tengo es un montón de ladrillos
Unos
herencia de mis maestros
Otros
cargados cuesta arriba casi en secreto
Cosa inútil y sin paga
Refunfuñan quienes me ven sacar la carretilla
llena de escombros
Si una de mis casas detiene su vuelo para mirar tus
ojos
Entra
Inspecciona la nevera
Disfruta la chimenea y la hamaca
Ora de rodillas
Ríe a carcajadas
O llora desnudo si lo prefieres
Si no te interesa porque los pasillos son húmedos y
fríos
y rondan en la noche los fantasmas
Porque hay demasiada melancolía
Demasiado calor
Demasiada nada
Deja una nota bajo la puerta para saber que
estuviste allí.
Andrea, gracias por la presentación tan generosa y poética que haz hecho, del cuento "Arco Iris" de Vivian Schul y de mi poema Casi en Secreto. Y por lanzarlos a los ojos del mundo, a través de tu ventana.
ResponderBorrarSabina Duque Aristizabal
Vivian, impactacte tu relato.Logras yuxtaponer con maestría costumbres ancestrales y realidades modernas a través de la experiencia traumatizante del Raby Eliezer Baur.
ResponderBorrarLa imágen que nos muestra del Raby blandiendo la bandera multicolor en el sueño, me sorprendió mucho, y al final esa cinta lila que lo motiva a cumplir el mandamiento de la procreación.
Estás tejiendo muy fino Vivian.
Sabina Duque Atistizabal
Sobre "Arco Iris"de Vivian Shul.
BorrarMagnifico. El conflicto, la descripcion y el desenlace.
Una joyita.
Dan Laor
Vivian, tu cuento es inspiración única, el rab con los homosexuales tan distante y cercano a la vez, como la vida en Jerusalén!
ResponderBorrarVivian, tu cuento es inspiración única, el rab con los homosexuales tan distante y cercano a la vez, como la vida en Jerusalén!
ResponderBorrarSabina, tu poema, si mal no recuerdo, nos lo leíste en lo de Lucía, ahora leyéndolo yo, veo un viaje con alas mucho más alto que antes!
ResponderBorrarSabina, tu poema, si mal no recuerdo, nos lo leíste en lo de Lucía, ahora leyéndolo yo, veo un viaje con alas mucho más alto que antes!
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