En el mismo momento que estacioné, empecé a escuchar los gritos: voces ofuscadas que provenían de la manicuría de mi vecina Violeta, que quedaba a pocos metros de mi casa, en la ciudad de Ramat Gan.
No pude evitar ir a curiosear y me encontré con un cuadro donde una joven clienta (pronto supe que se llamaba Yael y estaba a punto de casarse) había elegido para el día de la boda, pintarse las uñas ni mas ni menos que de color amarillo y negro: una amarilla y una negra, otra de nuevo amarilla y la siguiente negra... así quería que Violeta alternara los colores en sus manos, a la hora de lucir el vestido blanco.
Su madre y su inminente suegra, que la habían acompañado soñando con un tenue rosa perlado para la ocasión o con el color llamado "vía láctea" que da a las uñas la apariencia de perlas o estrellas, pusieron el grito en el cielo oponiéndose a capa y espada. Y, como suele suceder en Israel, todas las damas presentes tenían una opinión para emitir y ninguna estaba dispuesta a callarse.
La empleada árabe que depilaba, indicó que un dorado suave sería mejor que el amarillo y no enfadaría a nadie.
Una señora mayor que esperaba que sus uñas pintadas de rojo se secaran, miraba sus dedos largos y hermosos a pesar de la edad y alegaba que no había elegancia mayor que el púrpura en las manos de una mujer.
La mamá y la futura suegra de Yael, sostenían con énfasis y a los gritos, que el amarillo es el color de la envidia y que ese sentimiento -justamente- hay que tratar de alejarlo siempre y con mas razón- el día que se sube al altar.
Y la mismísima Violeta comentó en hebreo a la confundida novia que, si las pintaba con amarillo y negro, sus uñas lucirían como los taxis de la ciudad de Buenos Aires en Argentina, su país de origen.
Apenas asomé mi nariz al umbral del local de belleza y pregunté qué estaba pasando, todas -menos
la azorada Yael- hablaron al unísono tratando de imponer sus propias razones y al final, se hizo una suerte de brecha menos ruidosa y pidieron por fin mi opinión. Entonces, como no sabía bien qué decir, vacilante, me dirigí a la novia:
-¿Y por qué elegiste esos colores?
El grupo esperó la respuesta, expectante.
-Son los del Betar Ierushalaim... su equipo de fútbol -dijo a punto de romper en llanto-.
Quería darle una sorpresa.
Un silencio culpógeno e incómodo se instaló en el local, hasta que Violeta lo rompió abriendo ruidosamente el cajoncito donde guardaba sus mil y un esmaltes de Sherezada y eligió expeditiva
(sin que nadie diga ni "mu") un frasquito amarillo... y otro negro.
Tal como sucedió esa polémica tarde en la manicuría, en todo cuento, obra de teatro o película,
los autores necesitamos un CONFLICTO.
En mis Talleres surge reiteradas veces la inquietud: ¿Cómo hacer para crear o inventar un buen conflicto?
Una forma posible es la siguiente: cuando uno de los personajes toma una determinación y alguien (padres, novia, maestro, cura, policía, etc) o algo (una institución, la sociedad, la ley, una religión) intenta impedir que lleve a cabo lo que se propuso. Esa es una situación de conflicto básica.
El CONFLICTO es el alma mater de nuestra historia: si nada sucede... ¿a quién le interesará saber qué pasó? En próximas entradas iremos analizando situaciones de conflicto más complejas.
En tanto... ¿quién se anima a describir una situación de conflicto puntual y cotidiana, como la que atravesó Yael, donde un personaje decide hacer algo y otros tratan de impedírselo?
¿Siempre quisiste escribir? Llegaste al sitio indicado. En los posts mas antiguos, encontrarás ANECDOTAS, ENSEÑANZAS LITERARIAS (Tips) y EJERCICIOS, muchos de ellos ambientados en la escenografía íntima de un pequeño Salón de Belleza en un barrio pintoresco de Israel. Y en los últimos posts: relatos destacados de escritores contemporáneos que brillan en los Talleres. Bienvenidos a Nace un Autor: un viaje al corazón de tu impulso creativo.