30 nov 2013

Tip 27: "Una luz en la oscuridad"

En la manicuría de Violeta la conversación del improvisado grupo de mujeres que aguardaba su turno o esperaban que se seque el esmalte, giraba en torno a recetas de sufganiot, la emblemática factura aceitosa parecida a una "bola de fraile" que es tradición comer cuando se celebra el milagro de Jánuca en Israel.

La situación era paradójica:  clientas abuelas de sesenta largos optaban por comprar las sufganiot ya listas en la panadería.  Y un par de madres jóvenes, con jornadas laborales de ocho horas y tres o cuatro críos en su haber (no sé como encontraban tiempo para hacerse las manos)  planeaban el cometido de amasar con los niños la mezcla de harina, huevos y azúcar con toques de milagro, sin temer el consabido enchastre en la cocina.

La discusión pasó de... "¿cuál receta es mas fácil y rica?" a "¿donde conviene comprarlas ya listas?  Todas hablaban al unísono y las opiniones triplicaban el número de mujeres presentes.

De pronto, Violeta elevó su mirada de las manos que acicalaba y con su voz femenina y ronca, comentó como al pasar, con autoridad y cadencia de cuento de hadas:

-Januca me recuerda el momento mas oscuro y negro de mi vida.  Hubo un instante exacto
-lo recuerdo- en el que divisé una luz diminuta, como una vela, como una promesa, como una sonrisa.  Y me volvió  la confianza.  

En el local se impuso un silencio inmediato y absoluto.   Todos los pares de ojos se volvieron hacia ella.  Y volví a pensar -no sin un dejo de envidia- que esa manicura de barrio que no había leído mas de una decena de libros en su vida, llegó a este mundo con el don de narrar creando expectativa y generando intriga... como la mismísima Sheherezada.

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A ver autores...  hoy la historia la cuentan ustedes.
Desafío Literario 4  "Una luz en la oscuridad"
Se animan a hacer "click" en comentarios y contar la historia  que tan hábilmente anunció Violeta?

¿Quién regala al blog el cuento de  "un momento negro en la vida de un personaje y el instante mismo en que divisa una luz de esperanza a lo lejos"?

17 nov 2013

Tip 26: "Del dolor a la reparación"

-Qué silenciosa estás hoy- me reprochó Violeta, sin poder creer que limó las uñas de mis dos manos y quitó el excedente de cutículas, sin que yo dijera una palabra-  ¿Pasó algo?

-Si... ayer.  En el Taller Literario. No se me va de la cabeza.

Violeta me interrumpió con un gesto de fastidio y señaló los mas de doscientos esmaltes que adornaban afiladitos los estantes blancos de la pared.

-Elegí un color y mejor seguí en tu mundo, pensando.  Hoy no tengo paciencia para tus historias de intelectuales.

-Una mujer escribió un texto conmovedor -expliqué, obviando su comentario-.  Yo había pedido que traigan un cuento corto "de amor y despedida":  la pasión que termina, el adiós que se impone por destino u elección.

-Buen tema- reconoció Violeta.

-Hace unos dos años, una mujer ya madura -elegante y bonita- me pidió venir al Taller de Escritura. Me hablaba un poco en hebreo y un poco en español, ambos con  marcado acento alemán. Acepté con escepticismo...  ¿no habla bien castellano y quiere escribir? -pensé-.  Sin embargo, con el correr de las clases fui comprobando que sus escritos estaban cargados de poesía, sentimiento y músicalidad. Pronto supe que no era judía y que su familia vivía en Alemania, adonde viajaba seguido a visitarlos.  Sentí curiosidad:  ¿Quién era esta mujer que me traía bombones en estuche de Santa Claus cuando volvia de viaje?  ¿Qué hacía viviendo en Israel, hablando hebreo, escribiendo en español?

-¿Sabes quién es Ulla?  -alguien deslizó la pregunta una tarde, en un evento del Instituto Cervantes-.

-No... ¿quien es?-

-Su padre y su abuelo fabricaban los contenedores donde se transportaba el gas Cyclon B hasta los campos de concentración en Aushwitz.  El gas de las cámaras de gas...

A Violeta se le volcó el frasquito de esmalte.
-Dios mío,  "eso" no es Ulla!  Qué carga tan pesada...

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Ulla Guesner eligió vivir, amar y escribir en Israel.  Con talento y obstinación, con pasión, osadía y perseverancia,  bucea en el grito de lo que no puede cambiar y -con la ayuda de las palabras-  lo transforma en un canto de reparación.  Eso es "Helgaken".

Helgaken
por Ulla Gessner
-Acuéstate conmigo-  los ojos azules de Heinrich brillaban. Con  brazo flojo levantó la manta por encima de  él y corrió la baranda de  la cama de hospital.  Helga vaciló: a cada momento podía llegar alguien. Por otro lado no había nada que perder... quizás soportar miradas o palabras de desdén.
Heinrich estaba muy enfermo y  por su avanzada edad,  no le quedaba  mucha resistencia. Helga  levantó suavemente la cobija y se acostó a su lado.  El buscó a tientas el lugar más caliente entre sus piernas. Solía llamarlo “la calefacción solar”.  Helga intentó recordar el día  en que lo dijo por primera vez. Era invierno y se había divertido mucho por la comparación tan práctica.  Se apretó contra él.
La puerta se abrió y apareció una enfermera inoportuna. Como un burro terco que se asusta de algo imprevisto, se frenó de golpe y desapareció al tiro.
Helga sabía que no les quedaba mucho tiempo. La mujer de Heinrich también estaba en ese hospital y todos la conocían.
-Helgaken... te quiero-.  Heinrich  la besó como un hambriento en la selva que por fin, encuentra  una fruta dulce.   Ella respondió ardientemente, como si ese beso fuera el último. El presente se transformó en eternidad.  Ese beso era el sello de su amor – un amor de profunda intimidad, un amor de fin de semana mensual, un amor de charlas sin fin, un amor con literatura y congresos, un amor entre un judío que ha sobrevivido en la resistencia del gueto de Vilna y  una alemana en cuya vida pesaba un padre  involucrado en crímenes de guerra.
Tú eres para mí la reparación, la nueva Alemania” -le había dicho Heinrich una vez y sus palabras colocaban su encuentro en un contexto universal.  Helga no era capaz de interrumpir esa unión.
Antes  que vengan los doctores, llegó -como un ángel-  la muerte.
Heinrich apoyó su cabeza sobre la almohada sin tocar a Helga, que escuchó su último suspiro.  Con ese aliento final salió su lengua, azul como nunca antes, esa lengua que sabía acariciar tanto su boca.  
Heinrich- susurró al sentir que  la mano de él en su “calefacción solar” perdió la fuerza viva. Heinrich...  Pero se quedó mudo  para siempre.
Helga acarició su mejilla aún tibia y apartó el barral de  la cama de hospital. Se arregló un poco el cabello y abrió la ventana para que el alma de Heinrich  pudiera volar hacia afuera.  Lo hizo automáticamente y se extrañó al notar que pensaba en algo sobrenatural... ¿cantaba un pájaro frente a la ventana o fue su pura imaginación?
Dos médicos entraron a la habitación.  Detrás de ellos la enfermera entrometida.  Los tres miraron a Helga con muda curiosidad  y rigor  al ver lo que pasó en la cama.
Ella tomó su cartera y salió rápidamente del hospital.
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A ver, autores... ¿quién  hace "click"  en comentarios y -al igual que Ulla- transforma una "carga" que pesa y duele como espinas... en un canto de amor y reparación?

2 nov 2013

Tip 25: Mi propio ALEPH o "Introducción de un elemento imaginario"

Me encontré con Violeta por casualidad en el parque Hayarkón, al lado del río bonito de aguas mansas que cruza la ciudad de Tel Aviv y desemboca en el Mediterráneo. 

Me resultó extraño verla fuera del contexto de la manicuría, enfundada en un jean moderno que disimulaba sus sesenta y tantos y pendiente de cada movimiento de sus dos nietos en edad escolar -Alón y Nadav- que enseguida hicieron buenas migas con mi hijo Eitán.

-Cierto... hoy es lunes -expresé al verla, con verdadera satisfacción por el encuentro espontáneo.  Los lunes la manicuría estaba cerrada y toda la cuadra y el barrio perdían algo de vitalidad y color.

Nos sentamos a la sombra de unos eucaliptus, mirando jugar a los tres chicos que parecían conocerse desde siempre. Tomábamos café turco de termo y picábamos nueces y pasas de uva que Violeta sacaba de una canasta que parecía no tener fondo.  Hablábamos en castellano, con las expresiones tan propias de los "porteños" oriundos de Buenos Aires.  La conversación  fluía mansa y constante como  las aguas del río Hayarkon y de pronto, sentí que esa manicura sencilla que cargaba en sus hombros una enciclopedia de vida, era mi hermana en Israel. 

Sus nietos y mi hijo irrumpieron eufóricos, como un rayo de sol que se abre paso entre las ramas de eucaliptus.

-¡Encontramos una pelotita de vidrio! -anunció Alón, el nieto menor de Violeta.
-Una bolita de cristal con colores adentro- completó Nadav, el mayor.

-Es sólo una canica que alguien perdió...-  Mi manicura utilizó un vocablo de hace dos siglos minimizando el hallazgo.  

-No- aseguró mi hijo Eitán, que examinaba la pequeña circunsferencia girándola despacio entre el pulgar y el anular-  ¡Es un "ALEPH"!  Guardalo bien, mamá.

Los chicos salieron corriendo, con el apremio de seguir jugando antes de escuchar la temida palabra "vamos".  Y quedé bajo la mirada inquisitiva de Violeta, algo reprobatoria, como diciendo "Ya le llenaste la cabeza de conceptos raros también al chico..." 

-Le conté uno de los mas conocidos cuentos de Borges, nada más -me atajé-.  Se lo simplifiqué muchísimo:

"Había una vez un señor que no se quería mudar porque en el sótano de su casa, detrás de un pesado armario, descubrió un Aleph: una pequeña circunsferencia donde se pueden ver todos los puntos del universo simultáneamente, todo lo que pasó o pasará o uno hubiera querido que pase, infinitas cosas al mismo tiempo".  El escritor lo describe de esta forma, es bellísimo: 

“Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una pirámide, vi un laberinto roto (era Londres) vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mi como en un un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en un zaguán de una casa de Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal...”

Violeta miró de soslayo la bolita de cristal que los chicos encontraron y -con ojos de niña- se ilusionó:  -¿Será un Aleph?
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Queridos  autores,  si  encuentran  un  ALEPH  en  algún  zaguán 
de una vieja  casa y escarban en el baúl de vuestros propios deseos y recuerdos...  ¿que quisieran ver  reflejado  en  él?   

Quiero compartir con ustedes "el Aleph" de Alejandro Stein, un argentino-israelí que condimenta con toques de asado, Boca Juniors y poesía, su rincón familiar en el Kibbutz Barkai:

"Vi  una pareja besándose en un auto cuando Villa Cariño todavía existía. Vi  a mi equipo en la Bombonera dando todas las vueltas olímpicas que el exilio me hizo perder.  Vi a mis padres, vi una maestra tomando lista frente a caritas mapuches y guardapolvos blancos, vi mi muerte y me negué a saber la fecha,  vi un duraznero en flor y vi sus frutos todo al mismo tiempo.  
Y vi a la misma pareja que se besaba, ahora  desgastada por el tiempo y la rutina. Vi el amor eterno, vi el amor gastado y vi el amor de pago.  Vi la muerte en todas sus versiones y la vida  iniciándose de mil maneras.  Vi el miedo en los ojos de un tipo sentado en el consultorio del dentista y la mirada letal de una serpiente frente a una ardilla. Vi a mi abuela cocinando y casi pude oler el aroma característico de su casa. Y no seguí viendo... porque me aterró  la perspectiva del conocimiento infinito”

Hermoso... ¿no?  Quién hace "click" en comentarios y regala al blog su propio Aleph?