Algunos Cuentos

PROMESAS
por Andrea Bauab

Micro-relato ganador en el Primer Concurso entre profesores de Institutos Cervantes del mundo entero

En un lugar salpicado de azucenas, con un manantial de aguas límpidas –casi violetas- donde peces naranjas se desplacen sinuosos entre perlas marinas que te ofrendaré, construiremos una morada feliz -prometió mi amado-.
Mis ojos sonrieron.
-¿Y un lugar así... existe? -dudé-.
 -Mañana te lo mostraré –aseguró-
Por la noche, plantó azucenas en flor en nuestro jardín. Echó piedras índigo y ostras verdaderas al fondo de nuestro estanque y liberó en sus aguas carassius exóticos, casi fosforescentes.


DEJÁ... VOY YO
Por Andrea Bauab 

Una tarde de invierno, mi madre pescó una fuerte gripe y me pidió llevarle un recado a una mujer llamada Albertina, que vivía a tres cuadras de mi casa en un ambiente húmedo y oscuro, acompañada sólo por tres papagayos.

Los bichos de esa vecina eran famosos en el barrio por una extraña virtud, casi un sexto sentido: se ponían a gritar a voz en cuello ante la presencia de una adúltera. "¡Tu marido es un cornudo! ¡Tu marido es un cornudo!" -repetían en un coro estridente-. El barullo, sólo se interrumpía si la dama en cuestión se retiraba con las mejillas al rojo vivo y chorreando sudor, o si doña Albertina -harta de que esos bocones le espantaran las visitas- tomaba a dos de los pajarracos por el pescuezo, hasta casi estrangularlos. Al tercero, bastaba que lo mirase con ojos de fuego y el pobre enmudecía ante la visión del castigo que estaban recibiendo sus camaradas.

Yo estaba casada hacía dos años, enamoradísima como el primer día y fiel, hasta con el pensamiento. Y por si fuera poco embarazada ¡y lo juro por Dios! del único hombre con el que hasta incluso, solía soñar.

Sin embargo, cuando mi madre me pidió ese encargo para la dueña de esos papagayos del diablo, no pude evitar que un escalofrío recorriese mi cuerpo. Mi madre notó mi incomodidad y soltó una mirada inquisidora que me obligó a bajar la vista y acariciar mi incipiente abdomen.

-Si las personas a veces se equivocan, madre... –tartamudié- piense Usted, me preocupa... ¿qué se puede esperar de unos pajarracos endemoniados?

La vieja me observó con la autosuficiencia de quien conoce al otro desde el día mismísimo en que lo parió. Entonces se levantó de la cama, se puso un abrigo encima del pijama, se arropó el cuello con un chal de lana gruesa y entre carraspeos y toses anunció:

-Ya me siento mejor. Dejá.... voy yo.


LA QUINTA ES LA VENCIDA 
Por Andrea Bauab

Iris tomó la decisión pedaleando hacia la cima de los cuarenta con bicicleta sin cambios y habiendo dejado en el valle de los desengaños la esperanza de encontrar al amor de su vida.

Antes de contarlo a sus parientes o de saber si sus ahorros serían suficientes para un emprendimiento de tal envergadura, antes de los "peros" y los "¿estás segura?" se encaminó con decisión hacia el Centro de Inseminación Artificial y al cabo de unos dos años, logró con las bondades de la ciencia lo que el destino se había empeñado en mezquinarle.

-No puede tener relaciones sexuales durante tres meses, hasta que comprobemos si algún óvulo fue fecundado- recomendó el médico entre otros recaudos. Ya había escuchado eso cuatro veces antes. Asintió, con las últimas gotas de ilusión preparadas para diluírse al cabo de esos noventa días.

Y una vez más comenzó la solitaria espera, muy distinta de las demás futuras mamás. Sin maridos corriendo a conseguir antojos. Sin suegras comprando ropita de bebés. Con su propia familia católica apoyando tenuemente, sin ocultar demasiado el fracaso en cuestión y con miradas subrepticias de "si no queda otra... que se dé el gusto de tener un chico".

Iris se sentó en un barcito pintoresco y pidió un licuado de banana con leche. Comenzó a hojear distraídamente un listado interminable de cursos y talleres, tratando de elegir alguno para mitigar la ansiedad que le provocaba este quinto intento, el último que su espíritu podría soportar. Debería rezarle a todas las diosas de la fertilidad -pensó- cuando una voz, la arrancó de cuajo de sus cavilaciones.

-"La quinta es la vencida" –dijo un señor que la miraba fijamente.

Se quedó petrificada y observó al hombre que habló con algo de temor.

-¿Qué... qué me dijo? -preguntó Iris confundida.

-Es la quinta vez que te pregunto si puedo agarrar esta silla.

-Aaaah! Disculpe, no había escuchado...

-Lo noté.

-Lleve, lleve la silla nomás. No espero a nadie.

-Gracias.

El hombre tomó la silla y se sentó en una mesita casi pegada a la de Iris. Tenía anteojos, el pelo corto entrecano y un aire de cincuentón intelectual que le recordó vagamente al famoso actor cinematográfico Richard Gere. Salvando las distancias... pensó Iris divertida, sin dejar de mirarlo con extrañeza. Por un momento, creyó que él había leído sus pensamientos: era una casualidad en millones que alguien hubiera pronunciado casi en su oído "La quinta es la vencida", la única frase que ella necesitaba escuchar en ese preciso lugar y en ese momento. Continuó mirándolo, ahora con simpatía y se le escapó una sonrisa de incredulidad que no pasó desapercibida para el caballero.

-¿Pasa algo? -preguntó él-.

Iris, lamentablemente acostumbrada a malos entendidos con el sexo opuesto, se atajó enseguida:

-No, no pienses mal... –lo tuteó de pronto-.  Una casualidad, nomás. Dejalo ahí.

-Contame, dale...- la animó él. Y como a Iris le pareció leer verdadero interés en su mirada, más que mera curiosidad, balbuceó un intento de explicación que se frenó pocas sílabas después.

-Recién dijiste "la quinta es la vencida" porque me habías pedido cuatro veces una silla y yo... lo asocié justo con lo que estaba pensando y en fin... una casualidad, solo eso.

-Creo en las casualidades. Contámela, por favor- insistió él.

Iris pensó que ese hombre realmente tenía un aire a Richard Gere ¿Alguien se lo habría dicho alguna vez? Hizo una señal al mozo como para pagarle, mientras comentaba como al pasar:

-Intenté algo cuatro veces y fracasé... Ahora lo estoy intentando por quinta vez y justo vos dijiste "la quinta es la vencida" por algo tan trivial como el pedido de una silla en un barcito lleno de gente. Mencionaste algo en otro contexto, que encajaba exactamente... La cuenta, mozo, por favor -se interrumpió Iris-.

-Suena increíble... ¿Y qué estás intentando con tanta tenacidad? ¿Se puede saber?

Lejos de horrorizarse cuando ella le contestó "una inseminación artificial", el caballero en cuestión al que llamaremos "Richard" por razones obvias, se cambió a la mesa de Iris para contarle que su único hijo, había sido concebido así. El podía comprender los miedos, la ansiedad y la angustia de los tres meses interminables que a Iris le faltaba atravesar. Y a raíz de eso, charla va, charla viene, se hicieron amigos nomás.
Se encontraban todos los días después del trabajo, iban al cine, a comer o a pasear.
Iris,  no sintió la necesidad de inscribirse en ningún curso. Sin darse cuenta, entrelazaron sus manos y comenzaron a esperar en plural.

El día de recibir el resultado llegó. Encontró a una Iris vacilante, que ya no estaba tan segura de lo que quería. El destino había jugado con ella como el viento con una hoja seca. La vida le había puesto en el camino al hombre de sus sueños, a aquél que había anhelado como padre de sus hijos, justo ahora...
¿Y si el óvulo había fecundado? ¿Continuaría la breve historia de amor? Tuvo la sensación que sí cuando su celular sonó minutos antes de recibir la respuesta y escuchó la voz de "Richard" con tono certero, asegurando:  "La quinta, es la vencida".

Iris se encaminó al consultorio con paso vacilante, como si flotara. Se sentía más que nunca en manos de un destino de decisiones caprichosas, que planificaba por ella y se burlaba de sus determinaciones. La sonrisa del médico anticipó que las cosas habían salido bien. Sólo que ahora no estaba tan segura de lo que era "bien".
-Esta vez tuvimos MUCHO éxito -sonrió el médico-.  Felicitaciones SEÑORA MAMÁ: son trillizos -anunció triunfal mostrando sus dientes.

A Iris le pareció ver al Diablo mismo, satánico y burlón, en la cara del médico. Se estaba revolcando en carcajadas de fuego, disfrutando de antemano con todo su ser la reacción de Richard, a quién no le alcanzarían las piernas para salir corriendo hacia el punto del planeta más alejado de esa mujer, que 
se había convertido en cuatro seres de la noche a la mañana. Esto fue lo que creyó ver, antes de desvanecerse.
Al día siguiente, en el mismo bar donde se conocieron, Richard escuchó el veredicto con paciencia y sin asombro. Arremangándose la camisa y acomodándose distraídamente los anteojos, anunció que 
-si Iris estaba de acuerdo- él adoptaría a los trillizos y les daría su apellido. Al escuchar ésto, la futura mamá dejó de observar obsesivamente los cuadraditos rojos y blancos del mantel y elevó los párpados hacia Richard. A través de su pupilas húmedas de felicidad, le pareció ver que ese hombre era definitivamente parecido a Richard Gere y que el destino, en exquisitas ocasiones... depara finales de película.


ESPOSAS 
Por Andrea Bauab

Subí  a  un  taxi  en  Jerusalem.  
Manejaba  un  árabe  cincuentón,  labios  generosos, mirada  penetrante.  En  este  país,  el  pasajero  se  sienta  al  lado  del  conductor  y  no  detrás.  Por  eso -casi inevitablemente- surge  la  conversación.

-Soy  de  Jerusalem  -contó-.  Nací  acá  y  siempre  viví  en  esta  ciudad.  Tengo  seis  hijos,  de  dos  esposas.                    

-¿Te  divorciaste  y  volviste  a  casar?

Sonrió  con   picardía.
-No.  Vivo  con  mis  dos  esposas  a  la  vez  y  todavía  puedo  tener  dos  más. 
Ahora  estoy  buscando  la  tercera  ¿Conocés  alguna?  -preguntó  con  seriedad  de  celestina.

Su  naturalidad   me  apabulló un  poco.  Respondí  con  cautela.
-Bueno,  si.  Conozco  varias  que  andan  buscando  marido  pero...  son  judías.

-¿
Y  que  importancia  tiene? –acotó  como  si  la  observación  fuera  ridícula-.  Mi amigo  consiguió las  cuatro,  dos  son  árabes  y  dos  son  judías.

-Mirá  vos!  ¿Y  los  cinco  conviven  armónicamente?  -pregunté  sin  poder  contener  mi  asombro.  A  esa  altura  parecía  que  los  conflictos  en  el  Medio Oriente  eran  sólo  producto  de  mi  imaginación. 

El  insólito  taxista  entonces,  describió  con  lujo  de detalles  su  cotidianeidad  de  cuento  de  hadas:

-Mis  esposas  son  cultas,  una  es  directora  de  escuela,  la otra  maestra.   Al  atardecer,  me  acomodo  en  el  centro  del  sillón  y  abrazo  a  las dos,  una  me  ofrece  té,  la  otra  café...   Les  compré  un  Mazda  y  ellas  lo  comparten  contentas.  Crian  a  todos  los  chicos  juntas.  Si  una  se  enferma,  la  otra  se  ocupa  de  los  hijos  de  ambas.  Compartimos  toda  la  casa,  menos  el  dormitorio.  Cada  una  tiene  su  habitación.

Abrí  grandes  los  ojos,  admirada  por  tan  prolija  convivencia. 
-¿Y  vos,  a la noche...  vas  con  la  que  querés?

-De  ninguna  manera  –contestó  riguroso. Hay  un  orden  estricto  que  debe  ser  respetado.   Así  nunca  se  generan  problemas.

-Suena  lógico... –respondí  pensando  que,  tal  como  lo  contaba,  parecía  el  paraíso.  Lo  miré  de soslayo.

-¿Y  para  qué  querés  una  tercera?  ¿No  estás  fenómeno  así?

Un  soplo  de  preocupación  se  dibujó  en  su rostro.  Pausa.  Sopesaba  si  decirme  o  no  la  verdad.  Decidió  que  sí.

-Se  me  pasó  la  pasión.  Quiero  de  vuelta  sentir  como  al  principio...  que si  la  rozo  cuando  manejo  (me  rozó  al  hacer  el  cambio)  tiemblo  de  deseo. 
PIEL  -concluyó-  ¿Entendés?

-Entiendo,  por  supuesto...  ¡vos  las  querés  todas! 

Sonrió.  Pagué  con  lo  justo  y  una vez  debajo  del  taxi,  al  amparo  de  la  posibilidad  de  salir  corriendo,  me  atreví  a  una  pregunta  final,  directa  al  ego  de  ese  jerosolimitano  que  apostaba  a  seguir  agrandando  su  harén:

-¿Y  te  parece  que  podrías  con  las  tres?-

A  través  de  la  ventanilla  me  miró  con  cara  de  macho,  muy  seguro  de  sí.  Se  señaló  a  sí  mismo  erguido,  orgulloso.   Y  con  acento  bien  árabe,  eligió  la  más  judía  de  las  expresiones  para  que  no  quede  ninguna  duda: 

-¡BARUJ  HASHEM!
*
*Literalmente:  "Bendito sea el  Nombre (de Dios)"  Expresión  que  utilizan  los  religiosos  judíos  para  indicar  que  "todo  está  bendecido  y  en  orden"




MIEDO
Por Andrea Bauab
Siempre quise nadar en  el mar.  Pero temía  que algún ser de las profundidades apareciese de pronto y me devorase de un trago.    
Pienso que hoy sería un hombre distinto si hubiese dejado que el mar me atravesara cada tarde, mientras el sol teñía de color fuego la superficie.
Pero soy el que soy:  un furioso cobarde, ese que lee vencido las estadísticas. En los últimos noventa años, se registraron dos ataques de tiburón en las aguas tibias de mi ciudad costera natal.  Ninguno de los dos, fue mortal.

7 comentarios:

  1. He leído tus cuentos. Excelentes. Leídos en voz alta, nos gustó el de "LA QUINTA ES LA VENCIDA", Trataremos de seguir tus pautas. Un abrazo, Alter

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  2. Acabo de descubrir tus cuentos en el Blog...
    Un verdadero regalo para empezar el día! Maravillosos todos...

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  3. En este cuento encontré todo lo que necesita un aprendiz de escritor para realizar una narración con TODO: sentimiento, lógica, concisión, ritmo, suspenso ternura y sorpresa. A mí también me gusta Richard Gere . Yvette Schryer (raanana)

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  4. Gracias por los comentarios tan halagadores!

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  5. Hola Andrea! Que hermosos cuentos! Buscando donde publicar los cuentos, que escribimos en clase, pero corregidos. Encontré esta maravilla que no recuerdo haber escuchado

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  6. Por favor Andrea! Como hago para publicar los cuentos corregidos. Supongo que es en otros cuentos. Mandame acá. Gracias. José.

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  7. Hace mucho que no entraba al blog... Fue un placer seguir sorprendiendome. Andrea, felicitaciones!!

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