17 nov 2013

Tip 26: "Del dolor a la reparación"

-Qué silenciosa estás hoy- me reprochó Violeta, sin poder creer que limó las uñas de mis dos manos y quitó el excedente de cutículas, sin que yo dijera una palabra-  ¿Pasó algo?

-Si... ayer.  En el Taller Literario. No se me va de la cabeza.

Violeta me interrumpió con un gesto de fastidio y señaló los mas de doscientos esmaltes que adornaban afiladitos los estantes blancos de la pared.

-Elegí un color y mejor seguí en tu mundo, pensando.  Hoy no tengo paciencia para tus historias de intelectuales.

-Una mujer escribió un texto conmovedor -expliqué, obviando su comentario-.  Yo había pedido que traigan un cuento corto "de amor y despedida":  la pasión que termina, el adiós que se impone por destino u elección.

-Buen tema- reconoció Violeta.

-Hace unos dos años, una mujer ya madura -elegante y bonita- me pidió venir al Taller de Escritura. Me hablaba un poco en hebreo y un poco en español, ambos con  marcado acento alemán. Acepté con escepticismo...  ¿no habla bien castellano y quiere escribir? -pensé-.  Sin embargo, con el correr de las clases fui comprobando que sus escritos estaban cargados de poesía, sentimiento y músicalidad. Pronto supe que no era judía y que su familia vivía en Alemania, adonde viajaba seguido a visitarlos.  Sentí curiosidad:  ¿Quién era esta mujer que me traía bombones en estuche de Santa Claus cuando volvia de viaje?  ¿Qué hacía viviendo en Israel, hablando hebreo, escribiendo en español?

-¿Sabes quién es Ulla?  -alguien deslizó la pregunta una tarde, en un evento del Instituto Cervantes-.

-No... ¿quien es?-

-Su padre y su abuelo fabricaban los contenedores donde se transportaba el gas Cyclon B hasta los campos de concentración en Aushwitz.  El gas de las cámaras de gas...

A Violeta se le volcó el frasquito de esmalte.
-Dios mío,  "eso" no es Ulla!  Qué carga tan pesada...

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Ulla Guesner eligió vivir, amar y escribir en Israel.  Con talento y obstinación, con pasión, osadía y perseverancia,  bucea en el grito de lo que no puede cambiar y -con la ayuda de las palabras-  lo transforma en un canto de reparación.  Eso es "Helgaken".

Helgaken
por Ulla Gessner
-Acuéstate conmigo-  los ojos azules de Heinrich brillaban. Con  brazo flojo levantó la manta por encima de  él y corrió la baranda de  la cama de hospital.  Helga vaciló: a cada momento podía llegar alguien. Por otro lado no había nada que perder... quizás soportar miradas o palabras de desdén.
Heinrich estaba muy enfermo y  por su avanzada edad,  no le quedaba  mucha resistencia. Helga  levantó suavemente la cobija y se acostó a su lado.  El buscó a tientas el lugar más caliente entre sus piernas. Solía llamarlo “la calefacción solar”.  Helga intentó recordar el día  en que lo dijo por primera vez. Era invierno y se había divertido mucho por la comparación tan práctica.  Se apretó contra él.
La puerta se abrió y apareció una enfermera inoportuna. Como un burro terco que se asusta de algo imprevisto, se frenó de golpe y desapareció al tiro.
Helga sabía que no les quedaba mucho tiempo. La mujer de Heinrich también estaba en ese hospital y todos la conocían.
-Helgaken... te quiero-.  Heinrich  la besó como un hambriento en la selva que por fin, encuentra  una fruta dulce.   Ella respondió ardientemente, como si ese beso fuera el último. El presente se transformó en eternidad.  Ese beso era el sello de su amor – un amor de profunda intimidad, un amor de fin de semana mensual, un amor de charlas sin fin, un amor con literatura y congresos, un amor entre un judío que ha sobrevivido en la resistencia del gueto de Vilna y  una alemana en cuya vida pesaba un padre  involucrado en crímenes de guerra.
Tú eres para mí la reparación, la nueva Alemania” -le había dicho Heinrich una vez y sus palabras colocaban su encuentro en un contexto universal.  Helga no era capaz de interrumpir esa unión.
Antes  que vengan los doctores, llegó -como un ángel-  la muerte.
Heinrich apoyó su cabeza sobre la almohada sin tocar a Helga, que escuchó su último suspiro.  Con ese aliento final salió su lengua, azul como nunca antes, esa lengua que sabía acariciar tanto su boca.  
Heinrich- susurró al sentir que  la mano de él en su “calefacción solar” perdió la fuerza viva. Heinrich...  Pero se quedó mudo  para siempre.
Helga acarició su mejilla aún tibia y apartó el barral de  la cama de hospital. Se arregló un poco el cabello y abrió la ventana para que el alma de Heinrich  pudiera volar hacia afuera.  Lo hizo automáticamente y se extrañó al notar que pensaba en algo sobrenatural... ¿cantaba un pájaro frente a la ventana o fue su pura imaginación?
Dos médicos entraron a la habitación.  Detrás de ellos la enfermera entrometida.  Los tres miraron a Helga con muda curiosidad  y rigor  al ver lo que pasó en la cama.
Ella tomó su cartera y salió rápidamente del hospital.
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A ver, autores... ¿quién  hace "click"  en comentarios y -al igual que Ulla- transforma una "carga" que pesa y duele como espinas... en un canto de amor y reparación?