24 jun 2017

Efectos Personales

Pedro Muñoz llegó a Israel hace unos años como Agregado Militar de la Embajada de España y junto a su mujer, María Jesús Saiz Parga (Chus) tuvieron la buena idea de acercarse al Taller de Escritura Creativa del Instituto Cervantes de Tel Aviv y despuntar el vicio y la obsesión del narrador, una suerte de afán por volcar en palabras escritas lo que nos quema por dentro, lo que nos conmueve, lo que nos hace vibrar y amar y ofuscar, las preguntas sin respuesta, las ansiedades, los viajes realizados y los soñados, en fin... la vida misma.

Semana tras semana, a la vez que perfeccionaban su manera de relatar, fueron afianzando una relación cálida, sentida y fuerte con el grupo de escritrores y conmigo, que tengo la suerte de conducirlo.  Chus nos conmovió con historias "de mujer" muy reales, al estilo Angeles Mastretta y Pedro se convirtió en un maestro de la "reflexión interna", un recurso tan magnífico como difícil: el autor desmenuza cuestiones universales a través del momento particular que atraviesa su personaje.
Así, sacando a luz cada vez una mayor destreza narrativa, Pedro ganó los tres últimos concursos de relatos cortos que organizó el Cervantes de Tel Aviv y al concurso siguiente, el Instituto le solicitó que oficie de Jurado.

Pedro y Chus, se despiden la semana próxima del Taller y el mes próximo de Israel.  Nos queda la amistad férrea que se forjó en la intimidad de las clases, la certeza de que volveremos a vernos en Tel Aviv o en Madrid y la esperanza, por cierto... de seguir leyéndolos.

Con el excelente relato "Efectos Personales" Pedro y su ya emblemático personaje "Conrado", se despiden de nosotros.  Los dejo en buenísima compañía... que lo disfruten!

Efectos personales
Por Pedro Muñoz
Ha llegado el momento de marchar. Hay que levantar el campo y preparar la mudanza. Como al pie de un imparable glaciar, rodeado de la oscura morrena, Conrado contempla la acumulación heterogénea de bártulos que debe envolver en papel y luego colocar en cajas. ¡Dios, cuanta mugre arrastra el tiempo!  
Lleva casi un minuto sin mover un dedo invadido por esa parálisis que produce la combinación de desgana y la perspectiva  de una tarea inabarcable. Termina por ponerse a ello. Sabe por experiencia, aunque tan solo fuera de traslados, que si uno no empieza, tampoco acaba. Se sienta en una silla, suspira resignado y con el cuidado necesario para evitar una lumbalgia, a su edad siempre al acecho, empieza a seleccionar los objetos. Es el momento de desembarazarse de ese lastre de desechos que el curso de la vida va dejando en nuestro nido. Aunque a veces al dejarlos partir dejen un rastro de sangre.
Envuelve la pluma esmaltada del abuelo. No funciona, pero es un bonito recuerdo; los pasaportes caducados, llenos de sellos exóticos; el bote de monedas no menos exóticas; ajadas agendas llenas de nombres que solo son fantasmas de un pasado que parece remoto, números de teléfonos de pocas cifras  y direcciones que solo existen en su memoria.  Un pasado que, en su penumbra, parece un lugar más acogedor que este presente de luz cegadora.
Una nueva ola de desánimo le invade al comprobar que a este paso no va a deshacerse de nada. Con gesto decidido acerca la caja de cartón que servirá de cubo de la basura y empieza a arrojar trastos: gafas de sol pasadas de moda, linternas oxidadas, CDs, apuntes, libros de texto, declaraciones de la renta… Se arrepentirá. Está seguro. Pero a medida que crece la montaña de lo descartado disminuyen sus escrúpulos y su ímpetu se convierte en fiebre purificadora. Fuera todo. Hay algo absurdo e inadmisible en la discordancia entre este descomunal rastro de residuos y la leve y efímera huella que dejamos en los demás- piensa. Contemplar cómo van quedando vacíos estanterías y cajones además le produce esa íntima satisfacción del orden
Llega el turno de los álbumes de fotos. No puede evitar la tentación de abrir uno de ellos. Hubo un tiempo en que a la clásica pregunta-trampa sobre que salvaría primero de su casa en caso de incendio, contestaba sin dudar que todas esas instantáneas que empiezan ya a amarillear. Somos nuestro pasado y esas imágenes nos permiten conservar un tiempo que se escurre entre las manos. Bueno, ahora todo está en la “nube”.
Pasa las gruesas páginas y contempla la belleza adolescente de Carolina, la engañosa mirada dulce de Julia, la risa de Esteban ignorante del trágico destino que le esperaba… Todo le trae el regusto agridulce de las oportunidades perdidas y la felicidad imaginaria. En otra, ese joven de alborotados cabellos que le mira en la foto desmiente la impresión que cada mañana le devuelve el espejo de que nada ha cambiado.
Casi solitaria en la librería queda una voluminosa carpeta de cartón roja. Contiene más de un centenar de relatos redactados  por sus compañeros del Cervantes, juntaletras aficionados con los que comparte las dulces fatigas del creador. Tampoco puede evitar la tentación de abrirla y hojear alguno de los cuentos. Aunque él casi presume de mala memoria, se sorprende cuando le basta leer unas pocas frases de cada uno de ellos para recordar la trama y hasta las discusiones que provocó en clase.  Más fácil aún le resulta reconocer la mano que los ha escrito: los adjetivos exóticos, la infancia recuperada, las sombras familiares, las historias apasionadas o románticas, las protagonistas indefectiblemente asesinadas…
Cada loco con su tema.  
Les echará de menos. Han rebuscado en el fondo del alma en busca de materiales de construcción para confesarse, protegidos apenas con el disfraz de la ficción, a veces tan tupido y a menudo transparente. Revelándose a la manera en que en ocasiones nos desahogamos ante un desconocido, mientras callamos frente a quien comparte nuestra cama.
Echando un vistazo al exiguo conjunto de objetos salvados de la quema, se da cuenta de que todos tienen el poder de evocar un tiempo, una cara, un lugar. Estelas del camino en busca del tiempo perdido.
El criterio de la selección parece claro: lo que nos hace sentir, lo que nos recuerda quienes somos, lo que nos abre los ojos y a la vez nos deja viajar ligeros de equipaje. Más difícil parece el aplicarlo.
Conrado sabe que si consigue hacer así su maleta no evitará el precio del desarraigo, pero al menos el tiempo no será ese imparable glaciar que terminará aplastándole, sino la brisa que le llevará donde quiera el destino.

Dedicado a Andrea, Lucía, Mariluz, Zule, Nelson, Joaquín, Sabina, Vivian, Jose, Yamila, Eitan…

A Chus le dedico todo lo demás.