3 sept 2014

Tip 43: La gota que rebalsa el vaso

Violeta delineaba con minuciosidad de artista el contorno de una rosa en cada uña de una clienta algo snob, mientras la conversación entre las seis mujeres que se ajustaban en el minúsculo recinto de la manicuría- giraba en torno a recetas para la cena de Rosh Hashaná.  

De pronto, un comentario se impuso con autoridad sobre todos los demás.  Quedó flotando en el aire, generó un respetuoso silencio y se adjudicó el derecho de sobreponerse a la importancia del menú de las Fiestas Judías.

La clienta algo snob justamente, le había comentado a Violeta en tono bajo, pero suficientemente audible para todas:

-"Odio la cena de Rosh Hashaná".

La lapidaria frase generó curiosidad general, asombro en algún caso e insólita empatía en dos clientas, que asintiendo con un rictus de mal recuerdo, aseguraron "yo también", despertando aún mas asombro y curiosidad en el resto.
Violeta entonces -la única con autoridad suficiente como para dar la palabra en ese reinado- detectó una de esas situaciones tan femeninas que se dan en vestuarios o peluquerías, donde varias desconocidas comparten durante un rato intimidades como si se conocieran de toda la vida, y efectuó la pregunta disparadora:
-¿Qué pasó?

Esas palabras, fueron para la clienta snob como una tabla de surf hacia la catarsis y el desahogo.

"Sucedió antes de comer el tercer plato, después del guefilte fish con jrein y de los barénikes con cebollita. Lo recuerdo bien porque Amít -mi hijo que ya cumplió los quince-  tenía entonces nueve años y poca paciencia para las cenas tan largas.  Por eso, después de probar las bolas de pescado y devorar sin pausa dos platos de barénikes lamiendo la crema del plato, cruzó los brazos sobre el mantel y se durmió profundamente justo cuando llegaban las bandejas con carne y pollo.

Mi madre apoyó con orgullo la fuente de horno donde relucía su especialidad indiscutida, que la ubicaba en el podio de las mejores amas de casa judías:  un pastrami entero de color marrón-bordó brillando en su jugo, macerado durante días y cocinado al fuego lento de las verdaderas delicias.

Ese plato era la estrella de la noche, pero ese año... fue mas bien un meteoro.
La cuñada de mi madre -relató la clienta mientras observaba las diez rosas-miniaturas perfectas que Violeta terminó de dibujar- abalanzó su tenedor y pinchó un trozo del manjar más esperado del año. Al probar el primer bocado y masticando despacio con aires de evaluación, sentenció "en broma" -como jura hasta hoy día-  lo que sonó como una declaración de guerra:

-Está mas dura que otros años.

La respuesta de su marido -hermano dilecto de mi mamá- no se hizo esperar, recordó la clienta: "Ni aunque vivas mil años -retrucó- podrás cocinar una carne así de blanda".  A lo cual -herida en su honor de idishe mame- mi tía replicó asociando esa blandeces con la hombría de él y cinco minutos después, cada pariente tomó cartas en el asunto, injuriando, gritando a alarido pelado y sacando a luz los trastos mas sucios del bagaje familiar".

La clienta se puso de pie y yo me apuré a ocupar el banquito que dejó libre.  Mientras pagaba, haciendo malabares para que no se corra la pintura de las rosas, apuró el final:

"El griterío despertó a Amit y lo que vió, lo despabiló por completo: dos primas lloraban por pertenecer a esa tribu de cizañeros, la familia de mi hermano amenazaba con irse antes del postre y mi madre vociferaba que todos se habían "cagado" en su esfuerzo  por preparar esa cena festiva.  Yo intentaba aplacar la tormenta alabando al famoso pastrami  y rogándoles que no empezaráramos el año a los bifes cuando, en medio del barullo, se escuchó la voz clara de Amit, que preguntó con real curiosidad:
-¿¡Que pasó mientras dormía?!  
Eso provocó la hilaridad general y salvó un poco la noche -finalizó ya casi saliendo-.   Cada año repite la pregunta en el medio de la cena de Rosh Hashaná y hasta hoy día, todos nos miramos, sonreímos, evadimos el tema y nadie pero nadie, le ofrece una respuesta".

Violeta tomó una lima y mientras la emprendía con mis manos, descalificó la historia de la clienta snob -muy poca cosa para su espíritu de telenovela y su expectativa de policial barrial- y dio el pie para seguir con las recetas:
-¿Qué contó?  ¿Una rencilla entre cuñadas?  
Hubiera contado  la receta del  pastrami...

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En las películas y novelas dramáticas, las grandes crisis o peleas, las tremendas dicusiones o los divorcios, en general son causados por detonantes muy específicos, triviales, puntuales e incluso olvidables, que en otras circunstancias no hubieran generado mas que una leve incomodidad, pero en ese determinado contexto, eclosionan.  Son conocidos como "la gota que rebalsa el vaso" y actúan como metáfora de una situación explosiva contenida, que busca una grieta para detonar, desatando así el conflicto

En " El amor en los tiempos del cólera",  García Marquez describe con mágica pericia, el cotidiano avatar que casi  termina con el sólido matrimonio compuesto por el exitoso Dr. Juvenal Urbino y la expeditiva Fermina Daza.  "Olvidaste poner jabón en el baño" -dijo el Doctor una mañana-. Fermina lo negó rotundamente... ¿Ella, olvidar algo?  Durante meses, ninguno dio el brazo a torcer y años mas tarde, hijos y nietos aún evitaban recordar si efectivamente había o no... jabón en el baño.
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A ver, autores... ¿quién hace "click" en comentarios y aporta al blog una historia donde una gran debacle (familiar, social, escolar, barrial) comience con un mínimo incidente?