A fines de Setiembre se llevó a cabo el Sexto Encuentro de Lectura de Trabajos Propios en el Instituto Cervantes de Tel Aviv y los trabajos de Yamila Carini ("Mario y sus Paradise Birds") y Mariluz Rivera Sierra ("El último favor") recibieron la mayor cantidad de votos del público. Costó definir qué autora y qué cuento quedarían en el primer puesto: finalmente, la voz de una niñita que estaba entre el público tentó al Jurado compuesto por Einat Talmón (Instituto Cervantes) Juan Zapato (La Torre de Babel Ediciones) y Pedro Muñoz (alumno de los Talleres que ganó en tres ediciones anteriores) a definirse por el texto de Yamila. ¡Que lo disfruten! En el próximo post, podrán leer el cuento de Mariluz...
MARIO Y SUS PARADISE BIRDS
Por Yamila Carini
La última vez que
Margarita Luz de las Tinieblas se detuvo a mirar el “horizonte”, Mario, su
marido, rompió el equilibrio. –Marga… ¿y
si nos vamos a Indonesia?
La mujer, de unos treinta años,
se encontraba tomando té frío en el balcón junto a Enriqueta, una gata persa
que admiraba a su dueña con ojos de búho, característicos en esa especie de
peludos. El felino movió la vista lentamente agitando su majestuosa cabellera y
en un pestañeo tajante, cerró el ojo izquierdo en forma de guiño. Su ama se reacomodó en la silla. Ella seguía observando el “horizonte”, o sea,
el balcón del edificio de enfrente; cuando súbitamente recordó el significado
de su nombre: “Margarita, nombre griego que significa perla, popularmente
llamado aquella que no arriesga”. Esta definición estaba adherida en su
memoria, pero para sus adentros, su nombre significaba: “flor amarilla que
crece como el junco y es salvaje como el viento”. Eso se repetía cuando escaseaba
el aire en la oficina, y a veces, al
mirar las góndolas del supermercado.
-Eso queda en Asia ¿no
gordo?-.
–Sí ¡sí! Es el lugar que muestran en la televisión, con
esos pájaros multicolores que tienen hilos en vez de alas –el hombre tomó un
gran sorbo de aire- picos invertidos y ojos fluorescentes... ¿te acordás? ¡Los paradí-se berds!
La mujer sonrió con cierta
picardía en sus ojos. –Paradise birds- corrigió.
En el macetero del vecino
la albahaca crecía como trébol, los tomates cherry comenzaban a asomar
sus amarillentos cuerpos y la menta estaba llena de hojas puntiagudas con olor
a chicle.
En cambio, las petunias de
Margarita se habían secado poco a poco y solamente quedaba un helecho en pie,
el cual era alimentado por la lluvia.
-Paradise birds-
repitió en voz baja y la gata suspiró tan profundo que a Mario le dio un ataque
silencioso de celos. No le gustaba para
nada esa complicidad que se enredaba entre el animal y su mujer. Lo caratulaba secretamente como “incestuoso”. Compartir el amor con sus futuros hijos lo asustaba,
pero de seguro lo sentiría razonable… Ahora,
los sistemáticos suspiros y ronroneos a dúo le molestaban casi como cuando su equipo
erraba un gol, así de tanto.
Ambos guardaron silencio y
se zambulleron en sus propios pensamientos.
Por primera vez, contaban
con trabajos establemente herméticos, que brindaban la posibilidad de viajes
cortos, quesos franceses y ropa de marca.
A principio de año,
Margarita había leído en un horóscopo que su “herida ancestral” se encontraba
en proceso de curación, algo que la tenía alterada, pues no sabía que era una
“herida ancestral”. Había googleado días enteros en búsqueda de alguna
respuesta pero todo era tan ilógico como la actual “cacería de pokemones”.
Se sentía de otra época, como si las vidas anteriores la estuviesen abucheando.
En cambio, el horóscopo de
Mario indicaba que se encontraba en una búsqueda de su propio ser, para
comprender que hay algo en él que no sufre cuando sufre y que no se enfada
cuando se enfada.
Después de unos segundos, ambos se miraron y sonrieron. Enriqueta, estiró su corto cuerpo en el regazo
de su ama haciéndose un nudo. Mario,
tomo bruscamente a su mujer por ambos hombros y corrió violentamente al animal,
tirándolo al suelo. –¡Esta gata de
porquería se queda acá! ¡¿Me entendiste?!-.
Margarita Luz de las Tinieblas, se levantó de la silla bastante
mareada y al mismo tiempo como una flor amarilla que crece como el junco y es
salvaje como el viento.