17 jul 2013

Tip 14: Desde el dolor o la destrucción

Como había unas cuatro clientas esperando en la manicuría, entonces ni me detuve:

-Vengo mañana, Violeta! -grité a través de su vitrina, al mejor estilo "vecina de barrio" y me encaminé directo hacia el umbral de mi planta baja .  En general, ella levantaba la vista de las uñas que estaba pintando y asentía levemente con una sonrisa tenue.  Pero esta vez, me sorprendió con un  tono cortante y firme:  "Mañana cerrado" -informó.  Retrocedí unos pasos y entreabrí la puerta de su local metiendo solo mi cabeza adentro, que enseguida percibió el olor tan típico de la acetona:  -¿Qué pasó, por qué no abrís?
-9 de Av- anunció- y sentí que los cuatro pares de ojos de las clientas me miraron como si fuera una ignorante.
En Israel y en el mundo, para el Pueblo Judío, el día 9 del mes de Av (según el calendario hebreo) es una fecha terrible y trágica.  Por una suerte de coincidencia macabra, en esa fecha fue destruído el gran Templo de Jerusalen  tanto la primera como la segunda vez.   Ese día nefasto que cae en general a mediados del mes de Julio del calendario gregoriano, es una especie de "tabú" en Israel.  
Y las clientas  de Violeta, no perdieron ocasión de soltarme en cotorreo simultáneo, sus consejos inevitables: 
-Un 9 de Av no te cases ni te embarques...
-¡Ni  se te ocurra mandar a los chicos a la pileta o al mar!
-¡No firmes contratos!
-No estrenes auto, no te mudes, ni te operes...
-Yo no embellezco a nadie un 9 de Av- puntualizó Violeta.

Caminé los escasos veinte metros que me separaban de mi casa cabizbaja, mirando mis uñas que lucían tan desprolijas con ese esmalte saltado que debería esperar.  Y me quedé pensando en destrucciones. 

En lo que se nos rompe, en lo que nos arrancan.  En muertes, accidentes y divorcios, en lo que se nos trunca.  Se me vinieron a la mente todas las faltas,  todas las garras y amenazas.  Imaginé lo que se incendia y lo que se profana.  Vi el Templo herido,  lo vi  reconstruído  y luego  -desde la cima de esa ilusión- lo vi caer otra vez, irremediable y cíclicamente. 

No podía dejar de pensar en destrucciones, en lo que nos frena, nos carcome y nos golpea.

Y cuando sentí que todo o casi todo está perdido, desde ese lugar, desde esa desazón y ese dolor, me senté a escribir.  Encadenando letras y palabras, pensando en aquello que dejamos por escrito... vi  papelitos atiborrados de deseos.  Vi los  pedidos con letras enrevesadas  en las rendijas del "Kotel", esa pared que protegía al Templo, devenida hoy en Muro Occidental o "de los Lamentos".
Pude ver que algo -en definitiva- siempre queda: vi  lo que permanece.  Y entonces,  por fin... dejé de pensar en destrucciones.

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