Esta semana tengo el agrado de presentar un cuento corto de Nelson Guilboa, escrito a raíz de la consigna "una prenda de vestir que dispara la trama y la evolución de los personajes".
Frescura, imaginación, humor e ironía son los ingredientes que Nelson utiliza para condimentar su relato... ¡que lo disfruten! Y -como siempre- seremos felices que nos dejen vuestra opinión haciendo click al pie, en "comentarios".
CAÍDA DEL CIELO
por Nelson Gilboa
Dejar caer el
pañuelo para provocar a un candidato, era un truco utilizado con frecuencia por
nuestras abuelas y sería cursi usarlo hoy. En cambio, dejar caer las bragas desde un
balcón de hotel… ya es más sugestivo, osado, actual y ningún varón que se tiene
por tal, podrá hacerse el desentendido.
La prenda de color rosado le cayó a Emanuel en la entrepierna, cuando estaba recostado en una reposera fumando un cigarro, a punto de beber un trago, evaluando mentalmente los resultados de tres días de negociaciones intensas pero fructíferas en el micro-mundo de la Bolsa de Diamantes israelí.
La sopesó entre sus manos como si fuera una joya. Llegó a la
conclusión que la propietaria sería de un talle medio. Miró hacia arriba
lanzando una bocanada de humo, saboreando el diamante a tallar que la
providencia le obsequiaba… y se encontró con una cabellera rubia que le sonreía
tímidamente.
-Disculpe usted, se
me cayó…
-¿Si prefiere se la alcanzo?-
sugirió comprensivo.
-Si… si fuera
usted tan amable se lo agradezco, estoy
en la habitación 406-.
Emanuel se incorporó de un salto, como un felino. Con tres zancadas entró a su habitación y ahora fuera del alcance de la vista de la joven, tomó la prenda rosada “caída del cielo” y se cubrió con ella la cara, la olfateó como un sabueso, buscando información fidedigna. Las feromonas lo embriagaron y no pudo reprimir un aullido de lobo en celo.
Salió con la misma
rapidez de un escolar cuando sale al recreo. Optó por las escaleras, descartó el ascensor por temor a
un atasco repentino, aunque en un Hilton eso era poco probable.
Salteaba escalones
de dos en dos, aunque acababa de cumplir
cincuenta pirulos y el corazón que latía con fuerza le pedía prudencia y
sosiego. En un espejo del pasillo se acomodó el cabello… los pocos que aún se
aferraban con ahínco a sus raíces, merecedores de todos sus elogios.
Decidió hacerse desear y aguantó “heroico” dos minutos sin golpear a la puerta, que se le hicieron infinitamente largos... eternos.
-Hola, soy Virginia
-se presentó la joven asomando solo la cabellera rubia, insinuando que aún no estaba
presentable. Estiro la mano para recibir la prenda que Emanuel le alcanzaba y
al esforzarse dejó un pecho al
descubierto, que apresuró a esconder, pero Emanuel ya había hecho varias
fotocopias en su retina. Ella se sonrojó y agregó, tímida: espere que termino
de vestirme y lo puedo atender. El asintió, convencido que estaría allí
esperándola aunque le llevara toda la vida. Pasó un cuarto de hora hasta que se
abrió la puerta nuevamente y los labios rojos -ahora seductores- preguntaron:
-¿Me acompaña a
cenar? Pensaba bajar al comedor-.
El sugirió primero un trago. Tomaron un whisky y otro, con la ayuda del alcohol ella no demoró en caer en sus redes y lo invitó a “subir” optando después por el Room Service.
Más tarde, él echó
en falta los cigarros pero ella comenzó a besarle la entrepierna… y desistió de
ir en su busca.
Cerca del mediodía despertó,
estaba solo en la cama del room 406, Virginia había desaparecido.
Regresó despacio a su habitación, como volviendo de un sueño.
El cofre de seguridad estaba abierto y los diamantes habían desaparecido. Ocupaba su lugar la “joya caída del cielo” que para colmo era demasiado pequeña para su esposa. Al menos –reflexionó Emanuel con más resignación que bronca- le encantará escuchar que durante toda una noche… la pasé sin fumar.