24 may 2016

Caída del Cielo

Esta semana tengo el agrado de presentar un cuento corto de Nelson Guilboa, escrito a raíz de la consigna "una prenda de vestir que dispara la trama y la evolución de los personajes".
Frescura, imaginación, humor e ironía son los ingredientes que Nelson utiliza para condimentar su relato... ¡que lo disfruten!  Y -como siempre- seremos felices que nos dejen vuestra opinión haciendo click al pie, en "comentarios".  

CAÍDA DEL CIELO
por Nelson Gilboa

Dejar caer el pañuelo para provocar a un candidato, era un truco utilizado con frecuencia por nuestras abuelas y sería cursi usarlo hoy. En cambio, dejar caer las bragas desde un balcón de hotel… ya es más sugestivo, osado, actual y ningún varón que se tiene por tal, podrá hacerse el desentendido.

La prenda de color rosado le cayó a Emanuel en la entrepierna, cuando estaba recostado en una reposera fumando un cigarro, a punto de beber un trago, evaluando mentalmente los resultados de tres días de negociaciones intensas pero fructíferas en el micro-mundo de la Bolsa de Diamantes israelí.
La sopesó entre  sus manos como si fuera una joya. Llegó a la conclusión que la propietaria sería de un talle medio. Miró hacia arriba lanzando una bocanada de humo, saboreando el diamante a tallar que la providencia le obsequiaba… y se encontró con una cabellera rubia que le sonreía tímidamente.
-Disculpe usted, se me cayó…
-¿Si prefiere se la alcanzo?- sugirió comprensivo.
-Si… si fuera usted  tan amable se lo agradezco, estoy en la habitación 406-.

Emanuel se incorporó de un salto, como un felino. Con tres zancadas entró a su habitación y  ahora fuera del alcance de la vista de la joven, tomó la prenda rosada “caída del cielo”  y se cubrió con ella la cara, la  olfateó como un sabueso, buscando información fidedigna. Las feromonas lo embriagaron y no pudo reprimir un aullido de lobo en celo. 
Salió  con la misma  rapidez de un escolar cuando sale al recreo. Optó por  las escaleras, descartó el ascensor por temor a un atasco repentino, aunque en un Hilton eso era poco probable.
Salteaba escalones de dos en dos, aunque  acababa de cumplir cincuenta pirulos y el corazón que latía con fuerza le pedía prudencia y sosiego. En un espejo del pasillo se acomodó el cabello… los pocos que aún se aferraban con ahínco a sus raíces, merecedores de todos sus elogios.

Decidió hacerse desear y aguantó “heroico” dos minutos sin golpear a la puerta, que se le hicieron infinitamente largos... eternos.
-Hola, soy Virginia -se presentó la joven asomando solo la cabellera rubia, insinuando que aún no estaba presentable. Estiro la mano para recibir la prenda que Emanuel le alcanzaba y al esforzarse dejó un pecho  al descubierto, que apresuró a esconder, pero Emanuel ya había hecho varias fotocopias en su retina. Ella se sonrojó y agregó, tímida: espere que termino de vestirme y lo puedo atender. El asintió, convencido que estaría allí esperándola aunque le llevara toda la vida. Pasó un cuarto de hora hasta que se abrió la puerta nuevamente y los labios rojos -ahora seductores- preguntaron:
-¿Me acompaña a cenar?  Pensaba bajar al comedor-.

El sugirió primero un trago. Tomaron un whisky y otro, con la ayuda del alcohol ella no demoró en caer en sus redes y lo invitó a “subir” optando después por el Room Service.
Más tarde, él echó en falta los cigarros pero ella comenzó a besarle la entrepierna… y desistió de ir en su busca.
Cerca del mediodía despertó, estaba solo en la cama del room 406, Virginia había desaparecido. Regresó despacio a su habitación, como volviendo de un sueño.

El cofre de seguridad estaba abierto y los diamantes habían desaparecido.  Ocupaba su lugar la “joya caída del cielo” que para colmo era demasiado pequeña para su esposa.  Al menos –reflexionó Emanuel con más resignación que bronca- le encantará escuchar que durante toda una noche… la pasé sin fumar.

17 may 2016

Revolución

Con verdadera felicidad presento en esta ocasión en el blog, uno de los tantos relatos sabrosos de Joaquín López Toscano.  Este profesor de español con frondosa imaginación, destellos de humor, ironía y un envidiable dominio de la lengua, logra delinear personajes con maestría (noten la acertada elección de los nombres) y desarrolla tramas ágiles, que no decaen ni por un segundo.
Los dejo con "Revolución"... ¡que lo disfruten! Apreciaremos que hagan "click" al pie, en Comentarios y nos dejen vuestra opinión.

REVOLUCIÓN  
Por Joaquín López-Toscano

Genaro de Cilintrio yacía en el vestíbulo de su mansión con una daga uraloaltaica hundida entre las paletillas. La daga era suya, pues además de empresas en bancarrota coleccionaba armas. Las adquiría en mercados remotos, calculaba su valor real (e incluso el que podrían llegar a alcanzar) pagaba dos pesetas, las limpiaba, remozaba y las sacaba a Bolsa como nuevas o, en el caso de las armas, les sacaba brillo día a día. Su panoplia lucía alrededor del vestíbulo, precisamente. 

Sus invitados, congregados en la escalera, no daban crédito. Estaban jugando al asesino: una persona es elegida como criminal sin que los demás jugadores lo sepan. Se separan todos y el criminal elige el momento para hacer sonar un gong, el cual simboliza la realización del acto criminal. Entonces todos se reúnen otra vez y celebran un juicio. Echan a suertes quién será el fiscal y por medio de múltiples interrogatorios han de descubrir al "asesino." Puede ser un timbre, una bocina o cualquier cacharro, pero Genaro, anfitrión donde los haya (o haya habido) realizó una llamada al Consulado de China e hizo traer un gong dorado para ese fin de semana.

Primero llegó la policía, que les prohibió abandonar la propiedad, luego el forense, que dictaminó muerte por una única incisión con arma blanca, inter-omoplática, inclinada diestramente para evitar la espina dorsal y traspasar los tejidos hasta llegar al corazón. Finalmente llegó el Inspector, que se parecía a esos Cristos con barba de las iglesias románicas, con ojos almendrados y mucha serenidad. 

Dispuso los interrogatorios en la biblioteca. Preguntaba con voz profunda y amable y no se escuchaba el rasgueo de su escritura en el papel cuando tomaba notas, tan discreto era.
Al tercer encuestado, el Inspector empezó a verse como Poirot en el Orient Express. Tenía la sensación de que era uno de esos casos en que todos los sospechosos habían matado a la víctima. Científicamente, esto no era posible, pues como le había corroborado el pequeño forense, la incisión era única, experta y directa al corazón.

La Sra. de Vélez-Diapasón había estado años liada con el anfitrión Genaro de Cilintrio y tras implorarle que no le contara nada a su marido, le confesó al Inspector que no le importaría haber matado a Genaro, ya que le dejó plantada por la primera fresca que pasaba por allí.
La fresca en cuestión era Guillermina de Bobantes, a quien según sus palabras tampoco le habría importado asestarle la puñalada entre las paletillas a semejante animal.
- "Un maltratador absoluto, Sr. Inspector"  

El Sr. Vélez- Diapasón sabía perfectamente lo de su esposa pero había hecho la vista gorda pues no era amante de escándalos ni partidario del divorcio.
-"Pero, créame, Inspector, no puedo decir que su muerte me haya afectado lo más mínimo...¿Cómo se puede ser tan hipócrita, años engañándome con mi esposa y ser capaz de tratarme como el amigo de siempre, como si nada?"
Al Inspector le pareció este un punto de vista especialmente interesante y lo subrayó.
A Vélez-Diapasón, le siguió María Adela Siles, antigua socia de Cilintrio. Tampoco le habría importado figurar como autora del crimen:
- "...hizo que la Junta me mandara a una clínica de rehabilitación y entonces aprovechó para malvender mi parte... Sí, fui tonta. Bajo los efectos de las drogas, firmé, cómo iba a pensar que..."
- "A usted le tocó ser la asesina en el juego ¿no es cierto?
- Sí, ojalá pudiera habérsela clavado en el pecho, pero mi pulso falla, ya sabe...  bebida..."- dijo esto sonriendo débilmente.
El Inspector anotó: desamparo, y llamó al siguiente sospechoso.

Ramiro de Cilintrio y Coriandro entró con su gemela, Camila. Manifestaron ser inseparables y el Inspector no tenía ganas de discutir. Ramiro reconoció, con toda la coherencia del mundo, que él era el principal sospechoso, pues heredaría una inmensa fortuna de su tío esa misma semana. Su hermana se declaró algo menos sospechosa con toda la razón, pues solo le correspondía el 25% de los bienes:
- "Era tan machista, el viejo..."
Al Inspector le agradó encontrar honestidad y sensatez en la juventud de aquellos hermanos y no pudo más que felicitarles por su nueva situación.

Quedaban Ludovico Fissoni, cantante, que resultó odiar a Genaro por su homofobia y tal vez también por poseer una colección de marfiles mejor que la suya; el Marqués de Jacutoria ("llegó a hacerme chantaje con aquella transacción ¿sabe?") y la Marquesa de Jaculatoria cuyo odio hacia Genaro se debía a la ruina a la que había llevado a su marido, a su familia, a su apellido (ella era la portadora del título). El Inspector dedujo que debía referirse a lo del chantaje.
"Toqueteaba a mi hija cuando le daba la gana",  "Después de tantos años ni siquiera recordaba nuestros nombres" o "tuvo a la pinche y al jardinero sin contrato casi tres años" fueron algunos de los comentarios del servicio.

Cansado, el Inspector cerró la libreta y llamó al forense a su presencia:
- "Suicidio o accidente. Decida usted."
- "Pero, Sr. Inspector, la daga estaba clavada entre las paletillas..."
Le dio a leer las notas del interrogatorio al forense. Este entendió. Además, el Inspector podía resultar muy convincente:
- "Usted sabe como yo que la gente como Cilintrio todo lo puede. Incluso clavarse un puñal de su colección entre las paletillas con sus propias manos"- dijo alzando las cejas.
El Inspector le hablaba con la mano derecha levantada, como desde una mandorla. El forense lo miraba pensativo.
- "Todo lo puede"- repitió el Inspector.
El forense asintió lentamente y a la mañana siguiente, publicaron el siguiente titular:
"Se suicida Genaro de Cilintrio"

El grupo de amigos invitados a la mansión se separó como los espías de las películas: una vez realizada la misión no habrían de volver a verse jamás, excepto los gemelos afortunados.
Y el Inspector regresó a casa satisfecho, en un manto de ecuanimidad.

8 may 2016

Como trapos lavados al sol

Hoy en el blog presentamos un conmovedor relato corto de Maryluz Rivera Sierra, nacida en Colombia y que reside desde hace varios años en Israel.  Con ella aprendemos, como verán, que cada autor tiene una visión única y propia de la vida y que un episodio puntual y pequeño puede ser narrado en forma deliciosa, desde la particular impronta de cada uno.

COMO TRAPOS LAVADOS AL SOL 
por Maryluz Rivera - 2016
El río grande del Magdalena es caudaloso, caprichoso y suele refrescar los zócalos de las casas coloniales cuando se altera, dejándolos pintados de color agua. El eco del todo se abraza a su caudal como ninfa enamorada, llenando de rumores los silencios de las noches cálidas. Repercusiones de un pasado que sigue vivo y que hoy regresa.
El día que a Mompox, mi villa, le agregaron el apellido ‘de la Cruz’, habían obligado a todos sus habitantes a firmar una carta que rezaba:

“En el nombre de Dios y arrodillado,
Con la mano puesta sobre la imagen de este crucifijo,
Juro ante los delegados del cabildo y de la santísima Madre Iglesia,
Que en mis venas no se encuentra rastro de sangre impura musulmana, ni judía, ni india ni negra.
Que soy descendiente de españoles puros y dignos.
Que mis apellidos los he heredado con hidalguía y que siempre defenderé los intereses de su majestad y los dominios que comprende su poder.”

Han pasado ya varios siglos de aquel pasado inquisidor, en el que, a punta de torturas, habían hecho de Mompox la comunidad más católica de toda la Nueva Granada. Las tapias de sus casas de abolengo y por supuesto el caudaloso rio, se habían convertido en los únicos testigos vivos de aquella época de tragedias amargas.
Rezandera, señoritera y puritana, Mompox de la Cruz se escudaba en la senilidad que le daban los cientos de años que cargaba encima. Habiéndose olvidado ya, de algunos "vergonzosos" secretos y acomodada en su imagen de comunidad católica, apostólica y romana, había florecido como ninguna en la región. Se había convertido en un lugar turístico abrazado a las bondades del rio y su brisa cálida.

De niño, solíamos visitar por las tardes la casa del bisabuelo Elías, el padre de mi abuela materna, que a sus noventa y pico de años todavía tenía el temple de un roble. A pesar de su edad, insistía en pasar largas horas en el taller de filigrana en oro y plata que tenía en el sótano. Daba órdenes y les decía a todos lo que hacer. 
-Mire mijo y aprenda, arte de familia. De esto hemos vivido los españoles en estas tierras. Los demás solo saben pescar -afirmaba de manera engreída y se jactaba de sus antepasados como si hubiesen sido los mismos monarcas del reino español.
-¡Descendientes de fundadores somos mijo, no se le olvide, de Don Alfonso de Heredia! - afirmaba tajante.

En tiempos de la colonia, la villa había sido la meca del oro. Procedentes del interior del país, borrascas del preciado metal desembocaban en el joven y caudaloso rio Magdalena rumbo a Cartagena de indias y de ahí a las arcas de la reina.
Heredero de esa historia me creí toda la vida; me imaginaba que de grande yo sería como Elías. Alto, elegante, con presencia. Fantaseaba con ser el dueño del taller más grande de la villa y me casaría con una joven de mi misma condición, de clase y linaje español.
Hoy, el rio no solo refrescó los zócalos, sino que inundó la casa y mis memorias. Secretos lavados se extienden ante mis ojos como trapos mojados al sol.
Entre risas y desconciertos, María, mi hermosa esposa de origen Tairona y yo, sacamos del sótano un pequeño baúl de metal repleto de artefactos “non sanctos” para tanto abolengo.

Una Mezuza de cobre, un candelabro de Janucá en oro y plata, una filacteria (Tefilin) de cuero y un libro que a pesar de estar deshecho por el agua y el lodo se resiste a desaparecer, conservando intacta su pasta dura y forrada en el preciado y dorado metal. Sus letras en alto relieve que dicen “Torah” encandilan los ojos con su brillo al ver de nuevo la luz.
-"Nada es lo que parece, ni nadie es quien dice ser”- solía decir Elías.