REINVENTARSE
por Chus Saiz
Angustias salió del refugio desorientada… ¿cuánto tiempo estuvo
encerrada? Su último recuerdo fue cuando tomó el tranquilizante que le dieron al
entrar, para calmar la histeria colectiva por el huracán que se acercaba.
La tormenta era la peor de los últimos años y en los pueblos de la
costa ya había sembrando a su paso el
caos y la desesperación: tejados que habían volado, cristales rotos, huertos
arrasados, autos volteados y animales perdidos o ahogados. En Vallermoso, el ciclón entró con furia y
arrasó sin piedad un paisaje antes protegido por las montañas que ahora servían
de tumba al pueblo enterrado bajo el lodo. Sólo Angustias y unos pocos vecinos habían
sobrevivido a la tragedia.
¡Cuántas veces había querido perder de vista ese lugar! Sentía que
se hundía en aquella garganta natural de difícil acceso, sin embargo ahora, la
idea de no volver a verlo, de no corretear por sus calles empedradas, de no refugiarse
de la lluvia y el sol en los soportales
de la calle mayor se le hacía intolerable.
Con los ojos llenos de lágrimas, trató de imaginar sobre la lengua
de fango, el lugar donde ayer se levantaba su casa. Se acercó con la esperanza de que algo hubiera
resistido al derrumbe de la ladera. Caminó hacia una solitaria viga de madera
clavada en vertical que parecía pedir a gritos un madero para señalar con una cruz la tumba de todo un
pueblo. Vallermoso había desaparecido
bajo un mar de fango que no dejó rastro de la iglesia, ni de las casas del
barrio alto, ni del caserón familiar.
Una cabeza de muñeca, la cara hundida en el barro, le recordó con
un escalofrío que atravesó su desánimo los gritos infantiles que no volvería a
escuchar.
Lo había perdido todo y se encontró pensando, de haber tenido
opción… ¿qué hubiera salvado? Lo primero
que le vino a la cabeza fueron las joyas de la familia, esas que llevaban años
escondidas dentro de unas botas de invierno al fondo del armario. Nunca se las
puso por ser demasiado ostentosas, pero tampoco las vendió o fundió por miedo a
traicionar la costumbre familiar de su traspaso generacional. Después pensó en
el jersey de cachemir azul cielo que tan bien combinaba con el color de sus
ojos y que aún no había estrenado. Por último, le llegó la imagen del cuadro
que heredó de sus abuelos. Era un
antiguo grabado de una ciudad del norte de España con una bonita catedral
gótica rodeada de casas de aspecto burgués. La ciudad de donde vinieron sus
abuelos, huyendo de una guerra entre hermanos que asoló ese país. Ellos
supieron reaccionar, sobrevivir, reinventarse y cargando con tres hijos, las
joyas y el cuadro, comenzaron una nueva vida en el lejano Caribe, rodeados por
una naturaleza exuberante que nada les recordaba a su estepa castellana. Allí
murieron y fueron enterrados, dejando a sus descendientes como legado una casona
de piedra con patio central en la entrada y una explotación agrícola de cacao y
café en pleno rendimiento, con la condición que sus tumbas estuvieran siempre limpias
y con flores frescas. Esa herencia, si bien facilitó la vida a sus padres, a
Angustias le pareció una condena, un lastre que la retenía a ese pueblo
encerrado entre cumbres.
A medida que las lágrimas se secaban, su visión se aclaraba. Con
la certeza de que ya no quedaba nada de su pasado, una sensación extraña la
invadió y respiró profundamente. El pecho se le llenó de aire puro y al
expulsarlo, sintió que exhalaba la frustración de los sueños no realizados y la
impotencia por las ataduras de aquel sitio y sus muertos. Se sintió libre, renacida.
Ya nada quedaba de la Angustias de Vallermoso. Al igual que sus abuelos –pensó- tendría que
reinventarse en alguna parte y el recuerdo del antiguo grabado que ellos le
habían legado, le sugirió el lugar.
Y de pronto, como quien descubre por primera vez algo que estuvo
frente a sí toda la vida, desvió los ojos del lodo… y recordó que su segundo
nombre era Esperanza.
Chus es Chus y no tiene vueltas...
ResponderBorrarBravo,bravo Chus!
ResponderBorrarLindo cruento.
Lucia