COMO TRAPOS LAVADOS AL SOL
por Maryluz Rivera - 2016
por Maryluz Rivera - 2016
El río
grande del Magdalena es caudaloso, caprichoso y suele refrescar los zócalos de
las casas coloniales cuando se altera, dejándolos pintados de color agua. El
eco del todo se abraza a su caudal como ninfa enamorada, llenando de rumores
los silencios de las noches cálidas. Repercusiones de un pasado que sigue vivo
y que hoy regresa.
El día que a Mompox, mi
villa, le agregaron el apellido ‘de la Cruz’, habían obligado a todos sus
habitantes a firmar una carta que rezaba:
“En el
nombre de Dios y arrodillado,
Con la mano puesta sobre la imagen de este crucifijo,
Juro ante los delegados del cabildo y de la santísima Madre Iglesia,
Que en mis venas no se encuentra rastro de sangre impura musulmana, ni judía, ni india ni negra.
Que soy descendiente de españoles puros y dignos.
Que mis apellidos los he heredado con hidalguía y que siempre defenderé los intereses de su majestad y los dominios que comprende su poder.”
Con la mano puesta sobre la imagen de este crucifijo,
Juro ante los delegados del cabildo y de la santísima Madre Iglesia,
Que en mis venas no se encuentra rastro de sangre impura musulmana, ni judía, ni india ni negra.
Que soy descendiente de españoles puros y dignos.
Que mis apellidos los he heredado con hidalguía y que siempre defenderé los intereses de su majestad y los dominios que comprende su poder.”
Han
pasado ya varios siglos de aquel pasado inquisidor, en el que, a punta de
torturas, habían hecho de Mompox la comunidad más católica de toda la Nueva
Granada. Las tapias de sus casas de abolengo y por supuesto el caudaloso rio,
se habían convertido en los únicos testigos vivos de aquella época de tragedias
amargas.
Rezandera, señoritera y puritana, Mompox de la Cruz se escudaba en la senilidad que le daban los cientos de años que cargaba encima. Habiéndose olvidado ya, de algunos "vergonzosos" secretos y acomodada en su imagen de comunidad católica, apostólica y romana, había florecido como ninguna en la región. Se había convertido en un lugar turístico abrazado a las bondades del rio y su brisa cálida.
Rezandera, señoritera y puritana, Mompox de la Cruz se escudaba en la senilidad que le daban los cientos de años que cargaba encima. Habiéndose olvidado ya, de algunos "vergonzosos" secretos y acomodada en su imagen de comunidad católica, apostólica y romana, había florecido como ninguna en la región. Se había convertido en un lugar turístico abrazado a las bondades del rio y su brisa cálida.
De niño,
solíamos visitar por las tardes la casa del bisabuelo Elías, el padre de mi
abuela materna, que a sus noventa y pico de años todavía tenía el temple
de un roble. A pesar de su edad, insistía en pasar largas horas en el taller de
filigrana en oro y plata que tenía en el sótano. Daba órdenes y les decía a
todos lo que hacer.
-Mire
mijo y aprenda, arte de familia. De esto hemos vivido los españoles en estas
tierras. Los demás solo saben pescar -afirmaba de manera engreída y se jactaba
de sus antepasados como si hubiesen sido los mismos monarcas del reino
español.
-¡Descendientes de fundadores somos mijo, no se le olvide, de Don Alfonso de Heredia! - afirmaba tajante.
-¡Descendientes de fundadores somos mijo, no se le olvide, de Don Alfonso de Heredia! - afirmaba tajante.
En
tiempos de la colonia, la villa había sido la meca del oro. Procedentes del
interior del país, borrascas del preciado metal desembocaban en el joven y
caudaloso rio Magdalena rumbo a Cartagena de indias y de ahí a las arcas de la
reina.
Heredero de esa historia me creí toda la vida; me imaginaba que de grande yo sería como Elías. Alto, elegante, con presencia. Fantaseaba con ser el dueño del taller más grande de la villa y me casaría con una joven de mi misma condición, de clase y linaje español.
Hoy, el rio no solo refrescó los zócalos, sino que inundó la casa y mis memorias. Secretos lavados se extienden ante mis ojos como trapos mojados al sol.
Entre risas y desconciertos, María, mi hermosa esposa de origen Tairona y yo, sacamos del sótano un pequeño baúl de metal repleto de artefactos “non sanctos” para tanto abolengo.
Heredero de esa historia me creí toda la vida; me imaginaba que de grande yo sería como Elías. Alto, elegante, con presencia. Fantaseaba con ser el dueño del taller más grande de la villa y me casaría con una joven de mi misma condición, de clase y linaje español.
Hoy, el rio no solo refrescó los zócalos, sino que inundó la casa y mis memorias. Secretos lavados se extienden ante mis ojos como trapos mojados al sol.
Entre risas y desconciertos, María, mi hermosa esposa de origen Tairona y yo, sacamos del sótano un pequeño baúl de metal repleto de artefactos “non sanctos” para tanto abolengo.
Una Mezuza de cobre, un candelabro de Janucá en oro y plata, una filacteria (Tefilin)
de cuero y un libro que a pesar de estar deshecho por el agua y el lodo se
resiste a desaparecer, conservando intacta su pasta dura y forrada en el
preciado y dorado metal. Sus letras en alto relieve que dicen “Torah” encandilan los ojos con su brillo al
ver de nuevo la luz.
-"Nada
es lo que parece, ni nadie es quien dice ser”- solía decir Elías.
¡Poesia pura! tema inaudito...Mariluz es Mariluz, no hay nada que hacer.
ResponderBorrarZeev
Marisol,que bien lavados quedaron esos secretos "Como trapos lavados al sol".
ResponderBorrarUn tema muy actual, que nos recuerda nuestra historia Latinoamericana. Los rezagos de la inquisición siguen como lastre adherido a nuestros tobillos.
Muy bueno!
ResponderBorrarEl estilo de Marisol es digno de envidiar.
Muy bueno!
ResponderBorrarEl estilo de Marisol es digno de envidiar.