4 oct 2013

Tip 23: Mueblero tránsfuga o "Cómo insertar un buen diálogo"

Mientras daba los últimos retoques a las cuidadas manos de una anciana rusa que había sido concertista de piano, Violeta contaba con lujo de detalles el altercado entre su marido y un vendedor de muebles de la calle Herzl, en Tel Aviv, un equivalente de la Avenida Belgrano porteña, donde se pueden encontrar juegos de comedor y de dormitorio bastante dignos y a buen precio.

-Prometió que nos enviaria una consola de un color gris patinado muy original, UN MES antes de las fiestas y fijensé, recién HOY la recibimos, tres meses después de haberla pagado- contó Violeta indignadísima.

-¿La pagaron por adelantado? -preguntó una clienta, dando por sentado en su tono que si lo habían hecho eran ingenuos.

-Si, pagamos y esperamos el envío del mueble como suele hacerse ¿o no?...  (comentarios de las clientas)  En fin  -retomó Violeta el hilo de la narración- ¡tres meses lo esperamos!  Llamamos TODOS los dias y cada vez el dueño -un tal Moti- nos respondía "mañana lo recibirán" -relató mi manicura con voz quebrada y un signo de interrogación en la mirada: esa falta de respeto hacia un cliente, para ella era inconcebible-.  Finalmente, mi Marcos se fue hacia la calle Herzl para ver qué estaba pasando... pensamos que tal vez cerró el negocio, o quebró.

Después de  treinta y cinco años de casada, mi manicura seguía llamando a su esposo con suma ternura. "Marquitos" o "mi Marcos" le decía y a continuación, expuso el diálogo inverosímil entre su marido y el mueblero tránsfuga.

-Buenas tardes, soy el que te encargó la consola patinada gris-.

-¿Y qué necesitás?

-¿Que te parece?  ¡Que me la envíes!  Te la encargué hace tres meses y te la pagué...

-Que se va a hacer, el carpintero se murió -interrumpió el tal Moti con brusquedad-

-Ah... lo lamento.  ¿Por qué no nos dijiste?  Hace tres meses que te llamamos y nos prometen "mañana la enviamos".

-Se me pasó... ¿te creés que lo único que tengo en la cabeza es tu consola? -desafió Moti-.

-No entiendo- Mi Marcos trataba de dominar su furia y consternación- ¿así tratás a los clientes?

-Si.  Te topaste con una mala persona, qué vas a hacer.

-Entonces devolveme el dinero, te di dos cheques- solicitó mi marido conteniéndose-. Así como lo ven de bueno,  Marquitos no es de los que se dejan llevar por delante y de golpe, puede convertirse en una fiera.

-El dinero ya me lo gasté.  Si querés te mando esta consola negra, o esta marrón, mirá que linda -ofreció sin escrúpulos-.

-No queremos una consola negra ni queremos una marrón.  Queremos la que pagamos o devolveme el dinero AHORA, atorrante!

-Esperá... no te pongas así... dejame hablar con el carpintero.  ¡Y se puso a marcar un número!- Violeta no podía esconder su asombro ante la desfachatez del susodicho.

-¿¡No se habia muertoooo?! -preguntamos al unísono el grupito de  clientas que la estábamos escuchando.

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Insertar un dialogo como el anterior, de connotación intensa, en un cuento o novela, no es tarea fácil para un escritor.  Un tercero cuenta una conversación entre otras dos personas, un ejercicio verbal al que estamos acostumbrados desde que tenemos recuerdos. Pero al intentar ponerlo POR ESCRITO nos preguntamos:  ¿cómo transcribir la frescura de una conversación, sin perder algo en el camino hacia papel?

Un buen ejercicio es tratar de evitar el verbo DECIR  ("me dijo, te dijo, le dijo") o por lo menos no abusar del mismo, buscando con afán la palabra exacta que refleje lo que sentía el protagonista cuando habló.  

Atención:  pocas veces en la vida simplemente "decimos" las cosas.  A veces las gritamos o enfatizamos, las susurramos, narramos, preguntamos o sugerimos, contamos o nos referimos, explicamos o defendimos, indicamos o respondimos... hay decenas de verbos que pueden reemplazar al simple "decimos".  Buscar el verbo exacto, nos permite mostrarle al lector algo más acerca del estado de ánimo del personaje que replica  (Por ejemplo, si escribimos "enfatizó" estamos contando que el personaje "lo dijo con énfasis")  Observen en el dialogo anterior, como he reemplazado en todos los casos el verbo decir.


A ver, autores... ¿quién hace click en comentarios y aporta al blog algún dialoguito "picante"?

4 comentarios:

  1. Descuido


    Shmuel es muy buen conductor, con un sinfín de años manejando, por lo cual la compañía donde trabaja lo transfirió del equipo de "camiones" a la sección "semi-treiler".

    De eso hace unos meses, y Shmuel encantado de la vida. Antes de iniciar un viaje le dedica a su Mann azul un saludo, casi una reverencia. Se trepa a ese monumental camión, que si tendría una trompa sería un elefante, enciende el motor y la radio, y parte hacia el Sur, al puerto de Ashdod.

    A la media hora de viajar, el bocinazo de un patrullero policial le indica aparcar a un costado de la ruta.
    –Buenos días, documentos por favor– escucha una voz a dos metros allá abajo.
    –Ciertamente buen día ¿para qué arruinarlo?– respondió asomándose a la ventanilla.
    –No perdamos tiempo y páseme los papeles– insistió con tono autoritario.
    –¿A qué se debe, qué infracción hice?– contestó entregándole lo solicitado.
    El policía los tomó, incluyó los datos en la boleta, y al entregársela le detalló:
    –No llevaba puesto el cinturón de seguridad–.
    Shmuel hizo una mueca de disgusto al ver la suma de la multa, pero se dirigió al patrullero en forma amable:
    –Estoy sentado a dos metros de altura ¿cómo divisó que no llevaba el cinturón?–
    –Fíjese como asoma bajo la puerta cerrada– señalándole con el dedo parte del cinto y su hebilla.

    Zeev - 227

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  3. La casa de los bichos

    El sujeto estaba vestido como Dick Tracy, si es que alguno de ustedes es tan jovato como para haberlo oído nombrar. Dick era un detective privado de los años treinta.
    Estaba envuelto con un impermeable y con un sombrero encajado hasta las cejas.
    Los ojos ocultos detrás de un par de anteojos oscuros.
    Subió a mi taxi, y mientras se acomodaba le pregunté si quería que prenda la calefacción. Lo vi tan emponchado que supuse que tenía frio.
    Mientras tanto lo miré por el retrovisor y ahí me di cuenta que era un sujeto extraño.
    El tono de su piel, algo entre verdoso y gris...parecía enfermo o muerto de hambre.
    Me dije no juzgues a tus pasajeros y hace tu trabajo de transportar gente de un punto a otro de la ciudad.
    Con una voz cansina me dio una dirección en Villa del Parque, bastante lejos de donde estábamos.
    Buena ganancia, pensé y le pregunté:
    -Maestro ¿Quiere que baje la banderita o arreglamos el precio? - No - me contestó parcamente en una vos tan baja que casi no le escuché.
    Prendí la radio y le pregunté si le molestaba.
    Ni se dignó a contestar, lo cual interpreté como una afirmación.
    Después de los casi cuarenta minutos llegamos al destino, ahí me di cuenta adonde había viajado.
    Al " Palacio de los bichos", como así llamaban a esta casa del barrio Villa del Parque por las gárgolas que originalmente la decoraban.
    Me acordé de la leyenda.
    La casa que había construido un aristócrata italiano para su hija y a su yerno como regalo de bodas.
    Luego del festejo, la pareja partió a su luna de miel. A minutos de salir, el coche que llevaba a los novios fue atropellado por el tren y ambos perdieron la vida al instante.
    Desde ese entonces, la casa fue cerrada y los habitantes del barrio se encargaron de hacer rodar diversas historias de los fantasmas de la pareja que la habitaban.
    Volviendo a la realidad le dije.
    - Llegamos don, son 30 con 40...
    - No tengo dinero...
    - ¿Y porque subió al taxi si no lo puede pagar?
    - Tengo que llegar antes de la media noche a casa.
    - ¡Y a mi que me importa, lo traje, ahora quiero la guita.
    - Mire, yo soy Ángel Lemos- me dijo sacándose el sombrero y los anteojos- Lucía me espera- agregó.
    El color gris verdoso era el de su calavera.
    Ahí recordé un poco mas de la historia.
    La hija del tano rico se llamaba Lucía y el novio era el famoso violinista Ángel Lemos.
    Comencé a tragar saliva y a transpirar.
    Dejé de mirar el espejito y mire hacia el frente.
    Queriendo convencerme de no era real, pensé.
    - ¡Puta lo que se inventa la gente para no pagar treinta mangos!-
    De pronto sentí frío en la nuca, no me atreví a mirar.
    Gotas frías de sudor me empapaban el cuello de la camisa y la espalda.
    Un silencio pesaba me envolvía, solo escuchaba el ronroneo del motor. No recordaba si yo había apagado la radio o si se apagó sola.
    Pasaron unos minutos hasta que me atreví a darme vuelta.
    Cuando lo hice, vi la puerta abierta y vi algo en el asiento.
    Era un anillo de matrimonio...
    Lo tomé y prendí la luz interior.
    En el lado interior se podía leer a pesar de estar muy gastado.

    "Con amor de Ángel a Lucía"

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  4. Dany y Zeev, qué preciosas historias, gracias!

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