Ecos -“Esta vez no me tocó a mi...”
Por Vivian Schultz
Primero
de Enero del 2017
Un aguacero bate las ventanas; nadie se
asoma al consultorio; modorra.
Aburrida, me pongo a hojear el ejemplar
de una revista que enumera los eventos sobresalientes del año que acaba de
concluir.
Enero
del 2016
Boko haram incendia todo un pueblo en
Nigeria. Tiroteo en Tel Aviv. Una mujer de estado mejicana es asesinada en su
casa por los miembros de un cartel de la droga y en Arabia Saudita, el gobierno
ejecuta a 46 personas.
Debo estar tan curtida que la única
noticia que congela mi atención es la muerte de David Bowie, el bello y rubio cantante
inglés; un artista sofisticado y sui generis.
Ese mes, una muchacha joven entró al
consultorio.
–No se qué me sucede, soy música pero
hace una semana que no logro alinear dos notas seguidas. Algo va mal-.
“No
tienes nada, mujer. Es tristeza. Nunca más volverá a cantar.”
Febrero
del 2016
Corea del norte lanza misiles al mar. En Siria
e Iraq la guerra continúa.
Se confirma la teoría de Einstein, el espacio
y el tiempo están conectados: en un observatorio de San Diego se logra grabar
la colisión de dos agujeros negros a un billón de años luz de la tierra.
–Doctora, de nuevo este zumbido en los
oídos. El otorrino me dijo una vez que
sufro de tinito ¿me receta gotas?-.
“No son tus oídos, muchacha. Son las
deflagraciones de las bombas junto a las vibraciones cósmicas.”
Marzo
Somalia, Birmania, Pakistán, Egipto, Brasil.
Atentado a la bomba en el aeropuerto de Bruselas.
35 Muertos y 340 heridos.
–Siento una presión en el pecho que no me
abandona desde ayer. ¿Cree que debería hacerme un electrocardiograma?–
“No es el corazón, amigo. Es la onda de
choque de las deflagraciones en Bélgica.”
Abril
Nuevas
fotos desde Grecia e Italia: los refugiados siguen arribando subidos a
precarias embarcaciones. Miles alcanzan la costa. ¿Pero cuántos se hunden en el
Mediterráneo?
–Me sofoco. Otro ataque de asma. ¿Me
puede prescribir inhalaciones?–
“No es asma, señor. Es el mar
encharcándole los pulmones mientras usted se ahoga.”
Mayo:
Isis bombardea Bagdad, Obama visita
Hiroshima, un avión Egipto se estrella en el Sinaí.
–Me tiene que ayudar con esta migraña. La
cabeza me va estallar.–
“No es una simple cefalea, amigo. Ya
estallaron. Hace medio siglo en Hiroshima y ahora en Bagdad y en Egipto.”
Junio:
Inglaterra se separa de Europa: sí al
Brexit.
–Estoy sin fuerzas doctora. Las piernas
me abandonan, mis brazos no me quieren obedecer y el cuello se
me cae. ¿Estaré baja de potasio?–
“No te hace falta nada, muchacha. Es Inglaterra. Cada uno para si. ¿Por qué pretendes
que tus brazos y tus piernas cooperen contigo? ¿Acaso tienen algo que ver con
tu persona?
Julio
Se lanza el juego Pókemon Go. Camión en Niza atropella y mata a 85 personas. Alepo es
bombardeada por la aviación rusa.
–El reumatismo me va a matar. Me duelen
todos las articulaciones–
“No
son los huesos, señora. Es el peso de la llanta, de las paredes y del techo que
se le han venido encima.”
Agosto
Prosigue la cumbre del clima en
Marraquech: la China y los Estados Unidos son los mayores productores de gases
a efecto invernadero.
–Estoy con fiebre y tos. ¿Una pulmonía?–
“No es una infección pulmonar, joven. Son
el calor y las emanaciones tóxicas de la atmósfera.”
Setiembre
Assad lanza bombas de cloro en Siria.
–Me arden los ojos, la boca y la garganta. ¿Qué virus es este?–
“Un virus químico, señor.”
Octubre
Devastador huracán en Haití. Colombia,
Turquía, Estocolmo, Etiopia, Irak…
Más dolores, ahogos y toses.
Noviembre
Muere Leonard Cohen (“tristeza, ya nadie
comerá naranjas en el río”)
Eligen a Trump. Muere Fidel Castro.
–Un calmante por favor. Me acaban de
licenciar; restructuración de la compañía.
“No es la compañía, joven. Es el mundo ¡Le roi est mort, vive le roi!”
Armisticio en Colombia: Se firma la paz entre
la FARC y el ejército.
–Las pastillas contra la depresión que me
recetó el psiquiatra no me están haciendo efecto.
“No son las pastillas, mujer. Es el
brillo de las esferas de vinil bajando por las aguas del río La Macarena y
Catacumbo. Llevan invitaciones navideñas para los guerrilleros de la FARC. Es el rebote de los balones de fútbol
firmados por los mejores jugadores colombianos . Fueron lanzados en medio de la
selva por los helicópteros del ejército”.
Diciembre
Le disparan al embajador ruso en Turquía…
Son las ocho de la noche. Intoxicada, me
pongo el abrigo, salgo y cierro con llave la puerta del consultorio. A pesar
del frío las calles están llenas, los mozos de los cafés sostienen en
equilibrio las bandejas, el corcho de una botella de vino hace ploc y frente a un restaurante italiano dos jóvenes
hincan su tenedor sobre una montaña de
espaguetis a la boloñesa.
Qué suerte, el dueño de la florería aún
no ha guardado sus macetas dentro de la tienda.
–Un ciclamen fucsia y otro rosado, por
favor–.
Llegando a casa enciendo la televisión. ¡Algo
ligero y entretenido, por Dios! Lamentablemente es la hora de las noticias: tiroteo
en una discoteca de Estambul. Mueren 39 personas festejando el año nuevo.
Esta vez es demasiado. Decido tomarme un
somnífero e irme a dormir con los audífonos puestos y buena música.
Mientras cierro los ojos, oigo la voz del
premio nobel de literatura del 2016:
“The answer my friend, is blowing in the wind”
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LOS PÁJARON NO VUELAN CUANDO LLUEVE
Por Mariluz Rivera
-Vení conmigo, te muestro mi colección de
pájaros- solía decir mamá orgullosa, al mismo tiempo que
indicaba el camino a sus invitados, guiándolos hacia el patio donde les tenía
enjaulados. Mi madre no lo hacía de mala.
Los amaba a su manera, la única que conocía, quizá la única que le enseñaron.
Se esmeraba en sus cuidados manteniéndoles siempre limpios, abastecidos de agua
y alpiste. Solía jactarse frente a sus amigas de haberles comprado los mejores
nidos traídos de Medellín. Todos los días les adornaba con ramitas y flores sus
jaulas.
-Para que no extrañen- convenía
con ella misma.
Si, mama solía tener pájaros como mascotas. Turpiales,
loros pericos y sinsontes. Estos últimos imitaban a la perfección los silbidos
de mi padre y los cantos de otros pájaros. Aunque yo no podía concebir el hecho
de verlos encerrados, reconozco que pasaba largas horas mirándoles y
disfrutando de sus canturreos. Varias tardes de mi infancia las derroche observándoles…
comprobando cómo se apagaban lentamente.
Percibía su tristeza en el silencio de sus cantos,
cada vez más esporádicos. Se les atrofiaban las alas y sufrían de parálisis en
sus patas. Primero una, luego la otra y después se acurrucaban en los brazos de
la muerte para escapar de su desdicha. Y
así, sucesivamente, eran remplazados los unos por los otros, sin homenajes, sin
entierros ni despedidas. Más de una vez les abrí las puertas para que pudieran
escapar, pero no siempre lo hacían.
Aprendí de ellos, que solo aquellos recién privados de
su libertad escapaban desesperadamente.
Los demás, ya resignados o acostumbrados, no se iban y mucho menos si el
clima del trópico tan bipolar algunas a veces, derramaba sus lágrimas sobre la
tierra, desatando así una tormenta de la que ni Dios, se hacía cargo.
A través de la ventana del hospital, vi como talaban
un árbol. Fue justo unos minutos antes de entrar a cirugía. De sus copos revoloteaban los pájaros
aterrados por la impotencia de no poder salvar sus nidos. Vi como defendían su
derecho a ser soberanos, picoteando furibundos a sus verdugos.
Entonces recordé los pájaros de mi madre y sus patas
dormidas.
Aquí estoy, de vuelta en casa, recordando ese pasado
tan presente y tan mío. Aquí estoy en este cuarto de invierno, donde la lluvia
se estrella contra la ventana de marco blanco, la misma que da al patio trasero
de mi tristeza; la que me produce este encierro, la que me exige tiempo para
sanar.
Este clima álgido y perverso clava sus agujas en mi
espalda y siento como el frio de la tierra entumece mis piernas.
-Hernia de disco, rayadito y a la deriva- bromeó
el doctor, apretándome la mano en señal de buen augurio cuando desperté de la
anestesia.
-Un disco a la deriva, es un anillo sin Saturno.
Un disco rayado de penurias del pasado, de amores perdidos y de miedos
enquistados. Así me diagnostico yo, la doctora de mi propia existencia, la
dueña de mis bienes y mis males, la que siempre ha visto la vida diferente de
como la ven los demás.
Siempre me ha gustado escarbar en mí,
como quien hurga en una guaca[1]
repleta de tesoros. Resuelta a pagar el precio de las maldiciones y conjuros,
dispuesta a ensuciarme de carroña por un buen botín; el de hacerme cargo de mi
misma. Esas son mis monedas de oro, las que me voy a llevar a la tumba y con
las que me van a enterrar.
Tal vez mañana cese esta lluvia que inunda el alma y
acobarda la huida,
tal vez mañana ya no me duela y la puerta no se cierre
nunca más.
Tal vez mañana se abran mis alas y pueda volar.
Tal vez mañana.
1.
f. Sepulcro de los antiguos indios,
principalmente de Bolivia, Perú y Colombia, en que se encuentran a menudo
objetos de valor.
2.
Vasija en que se encuentran
estos objetos de valor.
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EL
NIDO
por
Nelson Guilboa
En mi memoria quedaron notas, algunas inscripciones
escolares que, arrugadas por la vergüenza, se esconden en un pliegue del
portafolio. Aún hoy me cuesta hablar de ellas. Si no lo conté nunca a nadie, fue
por la humillación que sufrí.
Una vez, recibí una lección de los horneros, una especie de
pájaro laborioso, de aspecto simple y sociable que no mide más de veinte
centímetros y tiene el plumaje color marrón claro. Le gusta anidar cerca de ranchos y casas y se
alimenta de insectos y larvas. Si no fuera por la arquitectura ejemplar de sus nidos,
hechos de adobe, con sala y alcoba, nadie le prestaría demasiada atención.
En la escuela no faltaban las lecturas de poesías y
leyendas donde se pondera al Hornero, ave sudamericana que fue designada “pájaro
nacional de la República Argentina” título ganado con mucho esmero.
Justo con ellos me vino a pasar… aún me duele cuando pienso
en mi pésima conducta, esa tarde ociosa en que vagaba por el monte con la honda
en el bolsillo.
Una pareja moldeaba su nuevo nido, redondo como un pequeño
horno de campaña. Para ello utilizaron entre
cuatro y cinco kilos de adobe y unas dos semanas de trabajo incansable, utilizando
principalmente barro y paja.
Y a mí, entonces, se me ocurrió la mala idea de agregar un
nuevo elemento en la construcción: una piedra blanca para embellecerlo. Del bolsillo
elegí la más grande, tensé la honda al máximo para incrustar el adorno en la
argamasa húmeda aún… y el resultado fue nefasto. La piedra pegó en el nido, rebotó inesperadamente
y golpeó al hornero que estaba parado en otra rama.
Cayó chillando de dolor. Me acerqué para ver su estado y empezó a saltar
con una patita quebrada. Quise
auxiliarlo, pero cada vez que me acercaba huía asustado con nuevos saltitos,
era incapaz de darse un impulso para remontar vuelo y en tal situación, pidió
ayuda con chillidos a sus semejantes. Entonces, como en una pesadilla, los vi: todos
los horneros del monte empezaron a rodearme, parecía que se multiplicaban.
¿De dónde habían salido tantos?… cada paso que daba hacia él,
los chillidos se acrecentaban. Unidos desde los árboles cercanos me enfrentaron…¡podía
interpretar sus aireadas protestas! “¡Déjalo tranquilo, suficiente mal ya
hiciste!”. Me alejé dándoles la
espalda. El silencio retornó al entorno
y las protestas estridentes cesaron al unísono.
Sin tocarme, me habían vapuleado.
Los textos escolares son extensos cuando destacan las
diversas cualidades del hornero: Social, laborioso, fiel a su pareja, pero de
solidaridad con un compadre, ni una palabra… Corrían peligro al acercarse a mí
y lo sabían, pero ahí estuvieron arriesgándose, derrochando coraje, desafiando
el peligro por una causa justa.
Fue en los montes de San José, donde aprendí una lección
criolla de la naturaleza que no enseñan los textos escolares. Mi acto belicoso
hacia ellos fue una traición, intencional o no, a un servidor que cada mañana
con sus trinos, me auguraba los buenos días.
La honda cayó en desuso y nunca más la tensé.
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