Fue una tarde llena de carisma, imaginación y creatividad. El pasado jueves 4 de febrero en el Salón de Actos del Instituto Cervantes de Tel Aviv, diez escritores nos deleitaron con sus cuentos, ideados bajo la consigna "me defraudó". Los trabajos leídos fueron:
-"El Porteño" de José Charbit
-"Vida e Morte de Celestiano" (en portugués) de Lucía Wasserman
-"El hechizo de Africa" o "En todas partes se cuecen habas" de Vivian Schul
-"La verdadera cara de Gilberto" de Yamila Carini
-"La magia de una sonrisa blanca, dentro de un estuche negro" de Sabina DuAr
-"Un mundo nuevo, no, gracias" de María Jesús Saiz Parga
-"Flácido defraude" de Nelson Guilboa
-"Superganga" de Jack Michonik
-"Dos Amigas" de Joaquín López Toscano
-"Expiación" de Pedro Muñoz
Una vez leídos los cuentos y después de tomar un café, tuve el agrado de presentar un emotivo extracto del libro "La Descendencia", del autor Jack Michonik, que la concurrencia escuchó muy compenetrada y saludó con un largo aplauso.
Minutos después, el público emitió su voto, eligiendo los cuentos que más lo conmovieron. El Jurado, compuesto por Juan Zapato -Editor de La Torre de Babel- y Pablo Pita -Director de la Biblioteca Camilo José Cela del Instituto Cervantes de Tel Aviv- emitió también su voto (doble) y dictaminó que el público favoreció en primer lugar a Pedro Muñoz por su trabajo "Expiación" y que el segundo trabajo más aplaudido y votado fue "Superganga" de Jack Michonik.
Minutos después, el público emitió su voto, eligiendo los cuentos que más lo conmovieron. El Jurado, compuesto por Juan Zapato -Editor de La Torre de Babel- y Pablo Pita -Director de la Biblioteca Camilo José Cela del Instituto Cervantes de Tel Aviv- emitió también su voto (doble) y dictaminó que el público favoreció en primer lugar a Pedro Muñoz por su trabajo "Expiación" y que el segundo trabajo más aplaudido y votado fue "Superganga" de Jack Michonik.
Los invito, a continuación, a disfrutar estos cuentos!!
"Expiación"
Por Pedro Muñoz
Solo sentí tristeza cuando vi al embajador en la azotea de la embajada subiendo al helicóptero. A esos
refugiados que se apelotonaban abajo en el jardín, les había hecho promesa
solemne de que todos serían evacuados, que él sería el último en salir.
No me defraudó. Supongo que fue otro caso de gestión de
expectativas y que no esperaba gran cosa de él. No es que le conociera bien, yo era un simple sargento de marines, pero me imaginé que habría recibido órdenes
de arriba para que abandonase la delegación. Se diría, o le habrían dicho, que
no podía evacuar a toda la ciudad, ni poner en peligro a los pilotos
de los helicópteros, que si no los mataban hoy éstos, los matarán mañana los
otros. Siempre hay una explicación si te pones en la piel del otro. “Tout
comprendre, tout pardoner”.
No se haría ilusiones sobre el destino de los que se
quedaban. Con los bárbaros dentro de la ciudad y el crepitar de
los tiroteos cada vez más cercano, la suerte de esos hombres, mujeres y niños
estaba echada. Todos ellos lo sabían, como lo sabían los pocos jerifaltes y sus
familias que consiguieron huir en una de las aeronaves un poco antes. Como lo
sabía esa madre que lanzó por encima del muro de la embajada a su bebé de
un año como si fuera un fardo, implorando que alguien lo embarcara en una de
ellas.
No me defraudó porque ya no me
defrauda nadie. Después de tres años de guerra, de esta guerra, de cualquier
guerra, es difícil esperar nada de la condición humana. Nada pues esperaba de
ellos, ni de los nuestros. Tampoco de mí.
Todos tenemos una luz, una estrella
cuando nacemos. Luego, cuando crecemos, antes o después algo ocurre o algo
hacemos y esa estrella se apaga para no volver a encenderse y al cabo de un tiempo
te dices que esa luz solo era un espejismo. Cuando nos hemos defraudado a
nosotros mismos solo pueden sentir decepción por los demás los ilusos o los que
gustan de engañarse a si mismos. A partir de entonces la vida nos da
innumerables razones para la indignación, la desesperación o la tristeza pero
no para la decepción. Cuando la persona en la que más confías, la que más
conoces, tú mismo, te decepciona, un mundo de oscuras posibilidades se abre
ante ti. Quizás sea una condición para alcanzar la madurez.
A culatazos hemos tenido que cortar el paso
a la masa que terminó por invadir el recinto y pretendía alcanzar la azotea.
Cuando despegó el último aparato que nos recogió a mis hombres y a mí,
esas caras de súplica y de terror se convirtieron -a la distancia- en un
hormiguero humano. Uno de esos que el paso descuidado de la historia aplasta
sin siquiera dejar constancia de ello. ¿Quién se acordará de esas caras en diez
o veinte años?
De vuelta en casa, viendo a mi
vecino, al policía de la esquina o la cajera del supermercado... ¿me acordaría yo? ¿Podría imaginármelos tiroteando al conductor de un coche para poder huir en
él o pisando la cabeza de mujeres y niños para asaltar la verja de la
delegación? ¿Me acordaría de sus brazos extendidos, sus gritos ininteligibles,
sus lágrimas? Lo que seguro no olvidaré, será el rostro de los pocos que
permanecían silenciosos al margen de la barahúnda mirando con desprecio
infinito, casi rozando la compasión, a las ratas que abandonábamos el barco.
Ahora, mientras sobrevolamos la ciudad
donde las columnas de humo parecen sostener el techo de nubes bajas que cubre
la ciudad, como si fuera el depositario del fuego de la tribu, abrazo con fuerza el petate en el que solloza
ese niño arrojado que pronto quedaría huérfano, si no lo está ya. Socorrerlo no fue un acto de humanidad o misericordia... sino desesperado. El mundo está
condenado. Bastaba que su vida me salve a mí.
(1)
Expiación: remoción de la culpa o pecado a través de
un tercero
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Puedes leer tres cuentos más de Pedro Muñoz en este mismo blog, en la ventana "Cuentos de otros autores" o haciendo click en este link:
http://naceunautor.blogspot.co.il/p/cuentos-de-otros-autores.html
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"Superganga"
Por Jack Michonik
Ferdinand Duprix, el conocido
negociante de obras de arte, considerado entre sus colegas del ramo como
oportunista inescrupuloso, estaba encantado de escuchar la propuesta que le
hacía Maurice Von Oppenheim. Incrédulo, le contestó:
-Un óleo de Paul Gauguin,
en buen estado y de buena procedencia, en las dimensiones que tú dices, 80 por
60 centímetros…
-Aproximadamente –interrumpió Von Oppenheim, cuidándose de no
comprometerse.
-Aproximadamente –repitió
Duprix–, vale entre 10 y 15 millones de dólares, por lo menos. Es imposible que
tú puedas conseguirlo por 5 millones.
-Vuelvo a decírte: el
muchacho no sabe lo que tiene entre manos. Además, no son cinco millones; son
siete: cinco para él y dos para mí.
-Estarías estafando a tu
propio sobrino.
-¡De ninguna manera!
–protestó Maurice– Es una venta que él hace de su libre voluntad, tomando un
objeto de su casa. Si lo hace con el conocimiento de su padre o no, eso no es
asunto mío.
Quienes conocían a Maurice
Von Oppenheim estaban convencidos de que era un hombre muy rico, no sólo porque
andaba siempre vestido de suma elegancia y vivía en el huitième
arrondissement de París, donde se encuentran los apartamentos más lujosos
de la ciudad, sino porque era hermano de Félix Von Oppenheim, el multibillonario
conocido en los altos círculos financieros como “el rey del cacao”. La realidad
era otra. Maurice era un hombre insolvente que difícilmente lograba guardar las
apariencias con lo que ganaba como intermediario en algunas transacciones
financieras.
A raíz de una querella de
familia, hacía años que Maurice no se hablaba con su hermano Félix. Es más,
Maurice estaba en malos términos con todos sus parientes, salvo con su sobrino
Fabián, el hijo mayor de Félix, un joven irresponsable de 23 años, parrandero y
vividor, con quien congeniaba y se entendía a la perfección, quizá porque veía
en él el reflejo de su propio carácter.
-A mi sobrino sólo le
interesa divertirse. No le importa cuánto valen las cosas y no se va a tomar la
molestia de averiguar –le aseguró
Maurice a Ferdinand Duprix–. Me pidió que te ofrezca el cuadro y que lo negocie
como a mí me parezca, y eso es lo que estoy haciendo.
Ferdinand lo miró con
recelo durante unos segundos, su mente oscilando entre la desconfianza y la
tentación.
-Está bien –dijo por fin–.
Podemos hacer el negocio.
-Pago anticipado, claro
está.
-Puede ser… pero con
garantías. Tu sobrino Fabián y yo firmaremos un contrato que formalice la
venta. Yo depositaré el dinero en la cuenta de custodia de mi abogado. Escrow
account –precisó, empleando el
término legal inglés–. El cuadro también
será depositado bajo custodia del abogado. Cuando se establezca la autenticidad
de la obra, el abogado me hará entrega del óleo y liberará los fondos para ti y
tu sobrino.
-Podemos hacerlo así
–repuso Maurice– pero utilizando los servicios de mi abogado, no del tuyo.
-Ni del tuyo ni del mío
–contestó Ferdinand echándole una maliciosa mirada–. Escogeremos un abogado de
común acuerdo. ¿Bueno?
Maurice Von Oppenheim le
devolvió la maliciosa mirada.
-Está bien –asintió.
-Perfecto. Trato hecho.
Dos semanas más tarde,
cuando los expertos determinaron que el cuadro no era obra del insigne pintor,
Ferdinand Duprix encaró furiosamente a Maurice Von Oppenheim.
-El paisaje no fue pintado
por Gauguin –gruñó con la cara roja de ira.
-El paisaje fue pintado
por Gauguin –repuso fríamente Von Oppenheim. Y de acuerdo a lo estipulado en
el contrato, el abogado no tiene más remedio que entregártelo y darme el dinero
a mí.
-¡Cómo puedes decir eso!
Está claramente establecido que ese cuadro no figura entre los catalogados del
pintor. Además, según los expertos, los óleos que se utilizaron son nuevos. ¿Me
crees idiota? El cuadro fue pintado hace unos cincuenta años y Paul Gauguin
murió en 1903.
-Ah… ese Paul Gauguin –repuso Maurice en tono de
exagerada sorpresa a la vez que esbozaba una sonrisa cínica–. El pintor del
cuadro que te vendimos es de Paul Gauguin, el nieto.
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Puedes leer dos obras más de Jack Michonik en los siguientes links:
¡Col haKavod! No pude asistir, la perdida fue mía...
ResponderBorrarEsta nueva generación de autores promete elevar el nivel de los ex-alumnos de Andrea.
Excelentes los dos cuentos. Felicitaciones a los Pedro y a Jack.
ResponderBorrarEl cuento de Pedro, como siempre, muy filosófico y didáctico, me gustó mucho, especialmente el final, que lo entendí solo al leerlo.
ResponderBorrarEl cuento de Yack, muy entretenido y divertido, me gustó mucho! Todo el respeto a los ganadores!
El cuento de Pedro, como siempre, muy filosófico y didáctico, me gustó mucho, especialmente el final, que lo entendí solo al leerlo.
ResponderBorrarEl cuento de Yack, muy entretenido y divertido, me gustó mucho! Todo el respeto a los ganadores!
El cuento de Pedro, como siempre, muy filosófico y didáctico, me gustó mucho, especialmente el final, que lo entendí solo al leerlo.
ResponderBorrarEl cuento de Yack, muy entretenido y divertido, me gustó mucho! Todo el respeto a los ganadores!
El cuento de Pedro, como siempre, muy filosófico y didáctico, me gustó mucho, especialmente el final, que lo entendí solo al leerlo.
ResponderBorrarEl cuento de Yack, muy entretenido y divertido, me gustó mucho! Todo el respeto a los ganadores!
Felicitaciones a los ganadores, Pedro y Jack.
ResponderBorrarDisfrutamos de una tarde exquisita, matizada con la melodiosa voz de Andrea, la presencia de nuestro selecto jurado e invitados especiales. Y la oportunidad de compartir nuestros cuentos en el Salón de Actos del Cervantes. Felicitaciones también a mis otros compañeros escritores, por vuestro talento.