Con verdadera felicidad presento en esta ocasión en el blog, uno de los tantos relatos sabrosos de Joaquín López Toscano. Este profesor de español con frondosa imaginación, destellos de humor, ironía y un envidiable dominio de la lengua, logra delinear personajes con maestría (noten la acertada elección de los nombres) y desarrolla tramas ágiles, que no decaen ni por un segundo.
Los dejo con "Revolución"... ¡que lo disfruten! Apreciaremos que hagan "click" al pie, en Comentarios y nos dejen vuestra opinión.
REVOLUCIÓN
Por Joaquín López-Toscano
Genaro de Cilintrio yacía en el vestíbulo de su mansión con
una daga uraloaltaica hundida entre las paletillas. La daga era suya, pues
además de empresas en bancarrota coleccionaba armas. Las adquiría en mercados
remotos, calculaba su valor real (e incluso el que podrían llegar a alcanzar) pagaba
dos pesetas, las limpiaba, remozaba y las sacaba a Bolsa como nuevas o, en el
caso de las armas, les sacaba brillo día a día. Su panoplia lucía alrededor del
vestíbulo, precisamente.
Sus invitados, congregados en la escalera, no daban
crédito. Estaban jugando al asesino: una persona es elegida como criminal sin
que los demás jugadores lo sepan. Se separan todos y el criminal elige el momento
para hacer sonar un gong, el cual simboliza la realización del acto criminal.
Entonces todos se reúnen otra vez y celebran un juicio. Echan a suertes quién
será el fiscal y por medio de múltiples interrogatorios han de descubrir al
"asesino." Puede ser un timbre, una bocina o cualquier cacharro, pero
Genaro, anfitrión donde los haya (o haya habido) realizó una llamada al
Consulado de China e hizo traer un gong dorado para ese fin de semana.
Primero llegó la policía, que les prohibió abandonar la
propiedad, luego el forense, que dictaminó muerte por una única incisión con
arma blanca, inter-omoplática, inclinada diestramente para evitar la espina
dorsal y traspasar los tejidos hasta llegar al corazón. Finalmente llegó el
Inspector, que se parecía a esos Cristos con barba de las iglesias románicas,
con ojos almendrados y mucha serenidad.
Dispuso los interrogatorios en la
biblioteca. Preguntaba con voz profunda y amable y no se escuchaba el rasgueo
de su escritura en el papel cuando tomaba notas, tan discreto era.
Al tercer encuestado, el Inspector empezó a verse como
Poirot en el Orient Express. Tenía la sensación de que era uno de esos casos en
que todos los sospechosos habían matado a la víctima. Científicamente, esto no
era posible, pues como le había corroborado el pequeño forense, la incisión era
única, experta y directa al corazón.
La Sra. de Vélez-Diapasón había estado años liada con el
anfitrión Genaro de Cilintrio y tras implorarle que no le contara nada a su
marido, le confesó al Inspector que no le importaría haber matado a Genaro, ya
que le dejó plantada por la primera fresca que pasaba por allí.
La fresca en cuestión era Guillermina de Bobantes, a
quien según sus palabras tampoco le habría importado asestarle la puñalada
entre las paletillas a semejante animal.
- "Un maltratador absoluto, Sr. Inspector"
El Sr. Vélez- Diapasón sabía perfectamente lo de su
esposa pero había hecho la vista gorda pues no era amante de escándalos ni
partidario del divorcio.
-"Pero, créame, Inspector, no puedo decir que su
muerte me haya afectado lo más mínimo...¿Cómo se puede ser tan hipócrita, años
engañándome con mi esposa y ser capaz de tratarme como el amigo de siempre,
como si nada?"
Al Inspector le pareció este un punto de vista
especialmente interesante y lo subrayó.
A Vélez-Diapasón, le siguió María Adela Siles, antigua
socia de Cilintrio. Tampoco le habría importado figurar como autora del crimen:
- "...hizo que la Junta me mandara a una
clínica de rehabilitación y entonces aprovechó para malvender mi parte... Sí,
fui tonta. Bajo los efectos de las drogas, firmé, cómo iba a pensar que..."
- "A usted le tocó ser la asesina en el
juego ¿no es cierto?
- Sí, ojalá pudiera habérsela clavado en el
pecho, pero mi pulso falla, ya sabe... bebida..."- dijo esto sonriendo débilmente.
El Inspector anotó: desamparo, y llamó al
siguiente sospechoso.
Ramiro de Cilintrio y Coriandro entró con su gemela,
Camila. Manifestaron ser inseparables y el Inspector no tenía ganas de
discutir. Ramiro reconoció, con toda la coherencia del mundo, que él era el principal
sospechoso, pues heredaría una inmensa fortuna de su tío esa misma semana. Su
hermana se declaró algo menos sospechosa con toda la razón, pues solo le
correspondía el 25% de los bienes:
- "Era tan machista, el viejo..."
Al Inspector le agradó encontrar honestidad y sensatez en
la juventud de aquellos hermanos y no pudo más que felicitarles por su nueva
situación.
Quedaban Ludovico Fissoni, cantante, que resultó odiar a
Genaro por su homofobia y tal vez también por poseer una colección de marfiles
mejor que la suya; el Marqués de Jacutoria ("llegó a hacerme chantaje
con aquella transacción ¿sabe?") y la Marquesa de Jaculatoria cuyo
odio hacia Genaro se debía a la ruina a la que había llevado a su marido, a su familia,
a su apellido (ella era la portadora del título). El Inspector dedujo que debía
referirse a lo del chantaje.
"Toqueteaba a mi hija cuando le daba la
gana", "Después de tantos años
ni siquiera recordaba nuestros nombres" o "tuvo a la pinche y al
jardinero sin contrato casi tres años" fueron algunos de los comentarios del
servicio.
Cansado, el Inspector cerró la libreta y llamó al forense
a su presencia:
- "Suicidio o accidente. Decida
usted."
- "Pero, Sr. Inspector, la daga estaba
clavada entre las paletillas..."
Le dio a leer las notas del interrogatorio al forense.
Este entendió. Además, el Inspector podía resultar muy convincente:
- "Usted sabe como yo que la gente como
Cilintrio todo lo puede. Incluso clavarse un puñal de su colección entre las paletillas
con sus propias manos"- dijo alzando las cejas.
El Inspector le hablaba con la mano derecha levantada,
como desde una mandorla. El forense lo miraba pensativo.
- "Todo lo puede"- repitió el Inspector.
El forense asintió lentamente y a la mañana siguiente, publicaron el
siguiente titular:
"Se suicida Genaro de Cilintrio"
El grupo de amigos invitados a la mansión se separó como los
espías de las películas: una vez realizada la misión no habrían de volver a
verse jamás, excepto los gemelos afortunados.
Y el Inspector regresó a casa satisfecho, en un manto de
ecuanimidad.